El Mundial de Max
Mientras escribo estas líneas, se escuchan por las ventanas de mi casa los gritos de júbilo de la gente por la victoria argentina en el Mundial de Qatar y los bocinazos con ritmo de celebración de los automóviles que se dirigen al Obelisco a disfrutar con la multitud. En Buenos Aires el Obelisco es el lugar de reunión en las grandes fiestas populares.
Durante la primera parte del partido contra la selección de Francia, tuve que salir a la calle. Sorprendía que estaba muy vacía, más que en los peores momentos de la pandemia: eran las doce del mediodía en un día primaveral espléndido pero no había nadie. Salvo Max.
El Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida ha publicado un itinerario catecumenal de preparación a la vida matrimonial que se prolonga después de la boda. Pide ofrecer servicios de acompañamiento para matrimonios en crisis.
Estos días me han llegado diversas reflexiones sobre la situación de la Iglesia basada en las estadísticas: número de sacerdotes que se ordenan, cuántos fallecen o abandonan el ministerio, asistencia a Misa los domingos, matrimonios en la Iglesia, bautismos cada año y cuántos de ellos son de padres casados… Las conclusiones son claramente pesimistas: cada vez los católicos que queremos vivir nuestra fe somos menos. Alguno quiere sacar su lado optimista y dice: somos menos pero mejores.
El mundo entero sigue con el alma en vilo los sucesos de Ucrania, y los católicos acudimos a los medios que el Papa ha señalado para acabar esta guerra: la oración y el ayuno. Quiera Nuestro Señor, en su infinita clemencia, detener esta guerra. Yo estoy repitiendo con frecuencia un jaculatoria que enseñaba San Josemaría Escrivá de Balaguer: Cor Iesu sacratissimum et misericors, dona nobis pacem (Corazón sacratísimo y misericordioso de Jesús, danos la paz).