Impresiona ver las imágenes en que se ven a trabajadores descendiendo el Cristo de la catedral armenia de Lviv o Leópolis, para llevarlo a un búnker y esconderlo hasta que termine el conflicto. Al parecer, la última vez que ocurrió fue en la II Guerra Mundial. El motivo de este traslado es preservar esta obra de arte de posibles ataques y bombardeos.
Es razonable que los ciudadanos de Leópilis hayan organizado esta operación, pero da que pensar. ¿Dónde está Cristo ahora en medio de esta guerra? ¿Escondido en un búnker? Esta pregunta, aunque no con esta formulación, se la plantean no pocos en momentos de desgracias. Estos días, en que los medios de comunicación nos acercan terribles imágenes de Ucrania de tanto sufrimiento de inocentes, muchos se preguntan: ¿y Dios no podía parar esta guerra? ¿Dónde está Dios que permite esta catástrofe?
La respuesta es clara para quien tiene fe: el Señor puede terminar esta guerra en cualquier momento. Recuerda al episodio en que Jesús calmó la tempestad en el Mar de Galilea solo con una orden (cfr. Mc 4, 35-41). Ahora puede hacer lo mismo. ¿Por qué no lo hace? No podemos pretender ser el intérprete auténtico de la voluntad de Dios, pero seguramente nos ayuda la respuesta que el Señor dio a los apóstoles en aquella ocasión, cuando le pidieron cuentas por su tardanza. “¿No te importa que perezcamos?” le reprocharon. Su respuesta fue: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”
Pienso que la imagen del Cristo de Leópolis nos debería sugerir otra pregunta. ¿Acaso no somos nosotros los que estamos llevando a Cristo a esconderlo en un búnker porque no tenemos fe suficiente? Los cristianos estamos llamados a vivificar la sociedad. ¿No nos podría hacer el Señor la misma reconvención que dirigió a los apóstoles, que aún no tenemos fe porque tenemos la tentación de esconderla en un búnker?
Como dijo Francisco, «una auténtica fe —que nunca es cómoda e individualista— siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. (…). Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor» (Ex. Ap.Evangelii Gaudium, n. 183). No nos cansemos nunca de llevar nuestra fe a la sociedad.
Otra de las imágenes que han impactado en estos días de guerra es la de un hombre abrazado a una cruz en la calle delante de una iglesia. Parecería que ese anónimo ciudadano expresa los sentimientos de muchos. Ante la tragedia de la guerra hemos de acudir al Señor. Él conoce los sufrimientos humanos, sabe lo que significa ser víctima inocente de las justicias humanas. Por eso nuestro consuelo será abrazarnos a la Cruz, unir nuestro dolor al suyo, sin permanecer indiferentes ante el sufrimiento de nuestros hermanos los hombres, y pedir insistentemente el fin de la guerra.
Podemos afirmar que si Dios tolera el mal de la guerra es porque hay algún bien que no conocemos. Y si como consecuencia de esta crisis internacional aumentamos nuestra fe, ya habremos mejorado nuestra vivencia como cristianos.