Mercedes Aroz Ibáñez, aragonesa de nacimiento y catalana de vecindad, profesión y convicciones, ha sido -hasta el año 2007- una destacada defensora de los partidos políticos de izquierda: durante su juventud, declarada simpatizante y colaboradora de la Liga Comunista Revolucionaria, de inspiración claramente troskista. En 1976, en vísperas del cambio político que se avecinaba en nuestro país, se inscribe, como militante de base, en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Con singular empuje y no menor convicción, forma parte del grupo de catalanes y catalanas que llevan a cabo, en 1978, la fundación del Partido Socialista de Cataluña (PSC). En este partido, debido a su valía personal, a su capacidad de trabajo y a su indiscutible liderazgo, ocupa determinados puestos de dirección y responsabilidad dentro del Comité Provincial. En las elecciones de 2004, es elegida, con el 53 por ciento largo de los votos emitidos en su circunscripción, como senadora por Cataluña.
Llevada a cabo, por el Gobierno central, con el apoyo de su partido y de otros grupos afines de la Cámara, la reciente reforma del Código Civil de nuestro país, por el que se legitiman en España determinadas situaciones, Mercedes Aroz Ibáñez, haciendo un riguroso y sensato ejercicio de coherencia intelectual y de sentido común, muestra claramente sus discrepancias ante tales reformas y decide convertirse al catolicismo. Ante este insólito y desacostumbrado hecho, el profesor José Luis Vázquez Borau, miembro del Instituto 'Enmanuel Mounier', pregunta a la señora Aroz Ibáñez cuáles han sido las razones fundamentales de este inesperado cambio. Y la respuesta, que transcribo literalmente a continuación, recogida de la revista 'Acontecimiento', no se hizo esperar:
«Anuncio, con alegría, mi plena integración como miembro de la Iglesia Católica (...) Mi actual compromiso cristiano me ha llevado a discrepar con determinadas leyes del Gobierno, puesto que chocan frontalmente con la ética cristiana, como es el caso de la regulación dada a determinadas situaciones que, en conciencia, no he podido, ni querido apoyar (...) La libertad religiosa reclama el respeto y un reconocimiento positivo del hecho religioso, frente a un intento de imponer a todos un tipo de laicismo que no todos aceptamos. He querido hacer pública mi conversión para subrayar la convicción de la Iglesia Católica de que el cristianismo tiene mucho que decir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, porque hay algo más que la simple razón y que la ciencia. A través de la fe cristiana -afirma, convencida, la señora Aroz- se alcanza a comprender plenamente la propia identidad como ser humano y, sobre todo, el sentido de la existencia».
Un testimonio, queridos lectores, que suscita una honda preocupación entre los hombres y mujeres que formamos parte, más o menos convencidos, de amplios grupos y comunidades de cristianos, sobre todo si se vive en su seno un fe timorata, indecisa, encogida. O cuando muchos de nosotros hablamos de religión y decimos profesarla, descuidando la coherencia entre la fe y el testimonio de vida que ella exige para ser auténtica. Sí, el testimonio que Jesús nos dio como invitación a seguirle, consistente «en desplegar en el mundo el amor más grande, generoso y comprometido: el de Dios, que supone la entrega de la propia vida. Porque, entre los hombres, nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15, 13). Así, cuando una persona o una comunidad manifiestan algo de este amor, se produce el testimonio, que es la punta de lanza de la auténtica misión de la Iglesia (Rovira Belloso, J. M., 'La humanitat de Déu, Aproximació a l'a essencia del cristianisme'. Barcelona, Edicions 62, p. 208).
Resulta meridianamente claro que este tipo de testimonio no puede ser objeto de una estrategia de publicidad comercial o de una propaganda de perfil político o ideológico, sino la expresión responsable y consciente de una oferta personal. Ni que decir tiene que tampoco obedece a una calculada imposición externa, «que solamente permitiría reglamentar, uniformar y acumular así poder , sino suscitar, en todo caso, lo que hay de germinal en cada persona por su condición de criatura, y, por tanto, llamado a ser compañero de diálogo de Dios y destinatario, finalmente, de su autodonación, y ayudarle a crecer por el conocimiento y práctica de la buena nueva». (Amengual, G., 'La religión en tiempos de nihilismo'. PPC, Editorial y Distribuidora, S A, Boadilla del Monte (Madrid), 2006, pp. 156-157).
El testimonio que Mercedes Aroz acaba de ofrecer a todos los católicos legítimamente comprometidos con un determinado partido político (ya sea de izquierdas, de centro o de derechas) es realmente ejemplar, digno de ser secundado por todos aquéllos que, con la mejor de las disposiciones, se hayan comprometido a representar al pueblo a través del ejercicio activo de la gestión pública.
Ante una sociedad tan injusta, desconcertante e insolidaria como es la nuestra, caben tres posibilidades de actuación personal: a) Replegarse, de modo conservador, para sentirse 'seguro' en medio de tanto desorden, violencia y marginación; b) Declarar, a secas, que todo es catastrófico, pero sin proclamar ningún mensaje de esperanza. Tampoco esta postura transforma, y c) Queda una salida y sola una: la revolución personal, que exige determinados compromisos fundamentales, que son los que debemos asumir en nuestra actuación los católicos realmente cuestionados por la fe que decimos profesar:
-Despertar a los instalados, esto es, salir de una tranquilidad satisfecha.
-Despertar a los 'bonachones', es decir, a los que creen que la sociedad está formada por hombres buenos por naturaleza.
-Despertar a los cristianos que no son fríos ni calientes, sino vergonzosamente tibios, y por esta razón provocan el que Dios los vomite de su boca.
-Despertar al individuo, o sea, a la persona que vive en formas degradadas de comunidad, en la sociedad sin rostro ni identidad, que es la masa, o el partido político domesticado y sumiso; la familia burguesa, lugar de seguridades y refugio frente al mundo; los foros intelectuales y académicos, envueltos en la parafernalia congresual y vacuos y estériles a la hora de trabajar por los demás.
-Despertar a los revolucionarios, porque también ellos, a su manera, son responsables del desorden establecido, de esa enorme distancia existente entre los que se piensa y lo que realmente se hace. A los 'revolucionarios', sí, que tienen que despertar «para purificar su proyecto, para que su conversión a lo personal y tangible no sea voluntarista, ni intelectualista, ni sentimental, sino provocada gracias al don recibido, al amor que se nos ha dado, que es el que de verdad nos hace ser» (Domínguez, X. M., Calvo, A. y Navarrete, L. /2002/, 'La revolución personalista y comunitaria en Mounier'. Edita Fundación Enmanuel Mounier, Madrid, pp. 38-41).
Enhorabuena, Mercedes Aroz Ibáñez, porque has sabido asumir el difícil y serio compromiso de la revolución personal, que es el que únicamente puede transformar el mundo a través del amor que se nos ha dado ¡Arriba la esperanza y que cunda entre nosotros el hermoso testimonio que acabas de ofrecernos!
Fuente: Diario Ideal, Granada, 25 de agosto de 2008