Nota de la redacción de Vidasacerdotal.org: publicamos una carta real de un sacerdote español residente en Extremo Oriente que narra la ordenación clandestina de un sacerdote en China. Por razones de seguridad, y con el consentimiento del autor de la carta, los nombres propios de personas y ciudades, y también las fechas, son supuestos.
Singapur, 11 de junio de 2008
Antonio Fu ya es sacerdote. Deo gratias! Estábamos todos muy inquietos.
Hace unos días Antonio me había comentado que su obispo había sido liberado, aunque estaba algo débil y que para colmo de males le habían instalado al Obispo dos cámaras de vigilancia en la puerta de su casa.
No obstante Antonio una noche le pudo visitar, no sé si entrando por una ventana o por la chimenea. El Obispo le dijo que no se preocupara, que si la ordenación no la podía hacer él le daría unas dimisorias para irse a donde fuera.
No hizo falta. El pasado lunes 2 por la noche Mons. Francisco Chan ordenó a los ocho nuevos sacerdotes en el sótano de su casa. Solo los ordenandos y él, nadie más.
Antonio me decía que todo estaba a oscuras y que estaban esperando con gran emoción.
Antonio me había escrito un e-mail y me decía que había posibilidades de "boda" en estos días. Pero no había nada en claro.
Rezamos mucho.
El lunes, sin saber yo nada, compré una tarjeta telefónica para llamarle desde un teléfono público (por seguridad). Por la tarde después de comer pude hablar con él.
Antonio me dijo que la ordenación podría ser esa misma noche. Pero que tampoco era seguro.
En la misa de esa tarde en mi parroquia de Singapur todos estábamos encomendando mucho.
Aquella noche del lunes cuando ya estaba yo acostado hacia las 10.30 recibí un mensaje en el móvil que decía: "ya ha sido la boda".
De alegría y emoción salté de la cama. Rápido, rápido salí a la calle y fui de nuevo al teléfono público, y le llamé para confirmar la noticia.
Los dos no podíamos hablar de emoción. Tampoco podíamos por seguridad expresar la conversación en los términos exactos, pero era evidente el gran acontecimiento que Antonio y sus siete compañeros acababan de vivir ya para siempre, ser sacerdotes de Jesucristo. Impresionante.
Antonio me decía que no podía dormir. Y que no paraba de dar gracias a Dios y recordar a todas las personas que le han ayudado en este camino hasta el sacerdocio.
Sus padres no sabían la noticia.
Ayer martes 10 Antonio se fue a su pueblo y ha celebrado su primera misa "solemne", y bien solemne, porque la Santa Misa siempre es solemne... en casa con sus padres y algún familiar.
Así de sencillo y así de grande. Porque ser sacerdote es algo muy grande.
Estos días en mi casa vive conmigo Pedro Chon, un amigo católico que está aquí preparando el examen de acceso a la universidad y que es un tipo estupendo. Aquella noche después de hablar con Antonio, lo saqué de la cama y compramos una botella de champagne en el supermercado de al lado y lo celebramos. Pedro estaba emocionado y hablamos mucho de entrega y vocación, y darse a los demás, y ser fíeles, y no se cuantas cosas más. Encomiéndele.
Al día siguiente celebré la misa por la mañana a las 7, di la noticia a los fíeles y después de Misa hicimos un chocolate con churros chinos (you tiao) de chuparse los dedos para celebrar tan grande acontecimiento.
Los fieles de mi parroquia conocen a Antonio y le aprecian mucho. Él nos acompañó el año 2006 en el encuentro de Valencia con el Papa y el verano pasado a su regreso de España a China pasó unos días con nosotros en Singapur.
Pienso que Dios tiene que darles a Antonio y a todos sus compañeros unas gracias especiales: El día de nuestra ordenación sacerdotal es el día de mayor alegría en nuestra vida, que compartimos con nuestros padres, familiares y amigos.
Para Antonio y los suyos llegar al sacerdocio les exige incluso este último sacrificio. Y en su nueva misión como sacerdote, el primer anuncio del evangelio va ser comunicarles a sus padres: ¡Ya soy sacerdote!
Bueno, así hemos vivido este gran acontecimiento que nos ha llenado a todos de una inmensa alegría.
En marzo pasado estuve en China dos semanas y pasé unos días con Antonio en el seminario de su diócesis dando unas charlas y predicando.
Fue impresionante; pero no por el frío, aunque estábamos a 5 grados bajo cero, sino por el calor humano y de fe que se vive en una tierra donde yo puedo decir que he encontrado la fe y la piedad en estado puro, porque está purificada por la persecución y falta de libertad.
Me encontré con varios sacerdotes de su diócesis a cuál mejor y más heroico.
Por supuesto no pisé la calle en esos días y viviendo todo siempre con gran cuidado.
Hablamos mucho de apostolado, de ayudar a los sacerdotes, de experiencias pastorales y tantas cosas. Todo con una gran fuerza de ánimo, espíritu sobrenatural y sobre todo de amistad sincera.
Regresé a Beijing el día 7 y Antonio me acompañó. Me dijo entonces que lo mejor que podíamos hacer era una romería a la iglesia del sur (Nantang) Beijing que está dedicada a la Inmaculada. de
Así lo hicimos. Pudimos hacer primero una visita al Santísimo, pero enseguida cerraron el templo. Nos quedamos afuera en el patio de entrada. Hacía mucho frío pero estábamos pletóricos de entusiasmo y alegría. Rezamos cada misterio con una intensidad inolvidable, por el Papa, China y no sé cuántas cosas más. A nuestras espaldas una estatua de bronce de San Francisco Javier parecía compartir nuestro entusiasmo.
Por la tarde yo regresé.
Por último, quiero daros las gracias por vuestra oración, cariño y apoyo constante y por toda esa gente estupenda a la que hacéis rezar por la Iglesia en este gran país.
Tengo conciencia clara y palpable que todo lo que acontece es una gracia constante de Dios fruto de la oración de muchas personas que encomiendan a China. Que Dios os lo pague. ¡Bendita comunión de los santos!
Un abrazo inmenso.
Enrique
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