Seguro que en la reciente convocatoria de nuevos integrantes del Colegio de Cardenales que se acaba de dar a conocer, un nombre a muchos ha sorprendido: es el del Padre Luis Pascual Dri, capuchino. Es indudable que los demás nuevos purpurados tienen méritos sobrados para ser distinguidos con la birreta y han prestado enormes servicios a la Iglesia en puestos claves. Y a este nuevo Cardenal se le puede aplicar la misma consideración: sus merecimientos son enormes. La diferencia es que los ha realizado de modo distinto: el Padre Dri ha pasado muchos años en la iglesia de Nuestra Señora de Pompeya, uno de los santuarios más populares de la ciudad de Buenos Aires, dedicado al ministerio de la confesión, y aún (casi centenario) lo sigue haciendo.
Son los mismos méritos, diría yo, que el de cualquier otro sacerdote que se dedique con tanta dedicación a esta obra de misericordia. Él fue distinguido con este nombramiento porque el Papa Francisco lo conocía desde hace años. De hecho varias veces ha hablado de él: la última vez el año pasado en un curso para confesores. En esa ocasión dijo de él:
«El otro [testimonio] es un capuchino, ahora de 96 años, un gran confesor. ¡Sigue haciéndolo! Está en el Santuario de Nuestra Señora de Pompeya en Buenos Aires. Siempre la cola ante el confesionario: laicos, laicas, sacerdotes, obispos, monjas, jóvenes, viejos, pobres, ricos, todos. Un verdadero río de gente. Y este hombre vino a verme aquí, al comienzo del pontificado, porque tenía un congreso. Este hombre, cuando yo era arzobispo, tenía entonces 86-87 años, vino a mí y me dijo: “Quítame esta tortura que tengo” –“¿Por qué?” –“Pero tú sabes que perdono siempre, yo perdono todo, perdono demasiado” –“Por eso la gente te busca” –“Sí, pero a veces siento escrúpulos” –“Y dime, ¿qué haces cuando sientes el escrúpulo de haber perdonado demasiado”? –“Voy a la capilla y le pido perdón al Señor y le digo: ‘Señor, perdóname, hoy he perdonado demasiado’. Pero enseguida siento algo dentro: ‘Pero ten cuidado Señor, porque fuiste Tú quien me diste el mal ejemplo’”».
Mi opinión es que con esta designación cardenalicia, por decirlo de una manera, Francisco ha premiado no al Padre Dri, sino a todos los sacerdotes que se dedican a confesar. Es frecuente que el Papa, en las reuniones con sacerdotes, en Roma y en los diversos lugares del mundo, los aliente a sentarse en el confesionario. Incluso da consejos tan concretos como que enciendan la luz del confesionario para que la gente los vean.
Pienso, por ello, que con el Padre Dri los sacerdotes nos debemos sentir confiados. No todos estamos llamados a dirigir un Dicasterio vaticano, ni a ser Obispos en una diócesis compleja, ni a ser Nuncios en importantes países. Pero todos podemos dedicar muchas horas de nuestro tiempo al ministerio de la confesión: esa es una tarea, que se origina en la infinita misericordia del Señor, y que es de los mayores servicios que podemos ofrecer a la Iglesia.