Más sobre la correctio filialis al Papa

el . Publicado en Noticias de 2017

Uno de los momentos de la vida de San Pedro en que se demuestra más la profundidad de su fe lo encontramos a la salida de la sinagoga de Cafarnaúm, cuando le dice a Jesús: «¿Señor, a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68).

El Señor acababa de anunciar ante una multitud que su carne es verdadera comida y su sangre es verdadera bebida (cf. Jn 6, 51). Actualmente cualquier católico interpreta fácilmente este pasaje porque conocemos la presencia real del Señor en la Eucaristía, pero cuando Jesucristo pronunció el discurso del Pan de Vida en Cafarnaúm, faltaban meses para la Última Cena. Es comprensible que la multitud que las escuchó mostrara asombro.

Ante afirmación tan extraordinaria los oyentes las entendieron en sentido literal: ¿qué es esto de que el cuerpo del Señor es verdadero alimento? Pero para sorpresa de todos, el Señor no relativizó la interpretación literal, sino que incluso la reforzó: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida» (Jn 6, 53-55).

Iglesia en la Selva Negra, Alemania
Iglesia
en la Selva Negra,
Alemania

Bastantes discípulos se escandalizaron de estas palabras, seguramente porque les parecía que el Señor les estaba sugiriendo el canibalismo. Por eso, desde aquel día «muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él». Se marcharon tantos, que Jesús preguntó a los apóstoles: «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6, 67). La respuesta de San Pedro muestra su grandeza: ¿Señor, a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Era un modo de decir: Señor, no entiendo nada, no sé cómo se puede realizar que hemos de comer tu cuerpo y beber tu sangre: me resulta incomprensible. Pero yo confío en ti y sé que de alguna manera se va a cumplir porque Tú tienes palabras de vida eterna. Yo seguiré contigo, me fío de tu palabra a pesar de que humanamente eso que dices parece absurdo. Qué pensamientos debieron cruzar por la mente de San Pedro cuando conoció la Eucaristía y comió el verdadero Cuerpo del Señor y bebió Su verdadera Sangre.

Cuando recientemente me llegó la noticia de que algunos se han tomado la libertad de corregir al Papa en público por sus enseñanzas, pensé que muchas veces los cristianos hemos de demostrar la misma fe de San Pedro en Cafarnaúm. No quiero entrar en el análisis de las dudas que plantean los autores de la corrección, entre otras razones porque hay personas más preparadas que yo en el ámbito teológico. Considero que es más útil ponerme en el lugar del fiel católico al que le llega la noticia de este episodio: aquel que ha recibido la fe de sus padres y de sus abuelos, que no es experto en teología y que quiere ser fiel a la Iglesia y a Cristo. A ese fiel le pueden venir las mismas perplejidades que a los seguidores del Señor en Cafarnaúm: si varias decenas de expertos plantean esas cuestiones, ¿no será prudente admtir alguna duda de la fidelidad de las doctrinas del Papa a las enseñanzas de la Iglesia de siempre?

La respuesta tiene que ser similar a la de San Pedro: ¿a quién iremos sino a Jesús, que tiene palabras de vida eterna? Y podríamos desarrollarla de modo análogo al razonamiento que atribuí al Príncipe de los Apóstoles: Yo no sé explicar cómo pueden compaginarse las enseñanzas del Papa con la fe que recibí de mis padres, pero tengo fe en la Iglesia. Lo relevante es que el Espíritu Santo ha prometido la asistencia a la Iglesia hasta el fin de los tiempos y no faltará a su promesa. No soy yo el que debe resolver las dudas que plantean esos especialistas, pero por la fe en la promesa del Espíritu Santo, sé que de alguna manera tienen contestación.

Esta respuesta está llena de fe (como la de San Pedro en Cafarnaúm) y tiene el mérito de la humildad porque reconocemos nuestra limitación en el conocimiento de Dios y su doctrina. Me recuerda una frase de San Josemaría: “si Dios cupiera en esta pobre cabeza, mi Dios sería muy pequeño”.

Pido a San Pedro que este triste episodio valga para aumentar nuestra fe en la asistencia del Espíritu Santo a Su Iglesia. Sé que esta no va a faltar: lo que puede fallar somos nosotros por falta de fe.

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