La lógica de la tesis es sencilla: el 4 por ciento de los sacerdotes católicos han cometido abusos sexuales. Los sacerdotes están obligados al celibato. Por lo tanto, las frustraciones de la vida del célibe les han conducido al abuso. En conclusión, el celibato debe ser suprimido.
Aunque quizás no se exprese de un modo tan absoluto, esta es la línea del pensamiento que muchos han usado para explicar los escándalos de abusos sexuales que han sacudido a la Iglesia. También informará la respuesta a dos informes publicados por la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos la semana pasada. Dejando de lado por el momento el hecho de que el 96 por ciento de los sacerdotes no han cometido abusos, ¿es este retrato de extensa frustración una descripción exacta de los sacerdotes americanos?
El cuadro presentado por los dos informes -uno un estudio estadístico de investigadores de la Universidad de John Jay sobre los casos de abuso y las reacciones de la Iglesia ante ellos, el otro un informe sobre las causas y el contexto de la crisis por un comité examinador designado por los obispos- es horrible y trágico. Pero como sacerdote y como alguien que ha estado escribiendo sobre el mal del abuso sexual de los sacerdotes durante dos décadas, debo también señalar a un cuerpo sustancial de datos recogidos durante los 35 años pasados que presentan otra historia, que debería ser oída. Estos estudios de actitudes entre sacerdotes y feligreses han demostrado que la mayoría no consideran el celibato un problema en relación con el sacerdocio; el problema es que muchos sacerdotes no hacen bien su trabajo.
Durante los 30 años pasados, el diario Los Ángeles Times y el Centro Nacional de Investigación de la Opinión de la universidad de Chicago han hecho cada uno repetidos y exhaustivos estudios de actitudes entre el sacerdocio y el laicado. Las encuestas han demostrado constantemente que una vasta mayoría de sacerdotes afirma que la vida en el sacerdocio es mejor que lo que esperaban que fuera.
Por ejemplo, el estudio más reciente de Los Ángeles Times, completado en 2002, ha encontrado que el 93 por ciento de los más de 1.800 sacerdotes encuestados dijeron que se harían sacerdotes si tuvieran que elegir sus carreras otra vez. Solamente un 2 por ciento dijeron que probablemente abandonarían el sacerdocio. En general, los sacerdotes son más proclives a afirmar que son felices en sus vidas y están satisfechos con su trabajo que los doctores, los abogados, los maestros, los profesores e incluso el clero protestante casado. Los sacerdotes, en promedio, parece que están entre los hombres más felices del país. Los abusadores, parece claro, no está siendo llevados al crimen por el celibato sino por sus propios demonios.
En cuanto a las mediciones de rasgos de personalidad realizadas por el Centro Nacional de Investigación de la Opinión -incluyendo la capacidad para la intimidad- los sacerdotes se comparan favorablemente con los laicos casados de formación educativa similar. A pesar de la petición de algunos sacerdotes de suprimir la norma del celibato, no hay evidencia de que los sacerdotes sean más proclives a ser frustrados, infelices o inadaptados que los laicos casados. A los sacerdotes les gusta ser sacerdotes; les gusta hacer el trabajo que hacen los sacerdotes; y reconocen que el celibato es parte y lote de ese trabajo. Como todos los seres humanos, sin embargo, estamos muy lejos de ser perfectos: debemos ofrecer sacrificios por nuestros propios pecados así como por los pecados de nuestra gente, como observa la Epístola a los Hebreos.
¿Pero entonces de dónde procede la imagen actual tan negativa de los sacerdotes? En parte, es una reliquia del sentimiento nativo anticatólico y anticelibato del siglo XIX. Además, los mismos sacerdotes tienden a callarse cuando se ataca su vocación, ya sea por hombres que han abandonado el sacerdocio o por el público en general acerca de los crímenes de quienes abusan. De hecho, su respuesta en este último caso es patética: mis colegas tienden a disculparse de sí mismos, para culpar a los medios de comunicación, y afirman que es un problema de los obispos y argumentan que no es la crisis más seria que hace frente la Iglesia.
La abnegación, como demuestra la investigación, es un factor importante en la cultura clerical, siendo algo oscurecido en el sacerdocio. Igual que los profesores estereotipan a sus estudiantes y los doctores a sus pacientes, los sacerdotes estereotipan a sus feligreses. En respuesta a una pregunta ampliable en la investigación de 2002 de Los Ángeles Times acerca de por qué en el laicado crecía el desafecto a la Iglesia, el 13 por ciento de los feligreses dijeron que los sacerdotes sufrían de declive moral, el 7 por ciento de secularismo, el 5 por ciento de apatía, el 5 por ciento de materialismo, el 4 por cierto de falta de responsabilidad y el 4 por ciento de falta de “liderazgo personal”.
Solamente el 13 por ciento consideraron que los problemas proceden de las faltas del clero: abuso sexual, declive de la confianza en su dirección, sermones y liturgia pobre, y autoritarismo clerical. Sólo el 19 de los más de 1.800 pensaron que los sermones pobres eran un problema. La actitud es clara: si el laicado tiene problemas religiosos, el fallo es suyo o bien son las tendencias culturales sobre las que los sacerdotes no tienen ningún control.
Cuando se les preguntó en la investigación por qué los fieles abandonan la Iglesia, un cuarto de los sacerdotes (y solamente el 16 por ciento de los clérigos más jóvenes) aceptaron alguna responsabilidad personal: insensibilidad, liderazgo inadecuado, sermones y liturgia pobre, y el escándalo de los abusos sexuales. El resto citó la usual letanía de horrores: individualismo, secularismo, falta de fe, vida pobre de oración, falta de compromiso, prensa sesgada, hedonismo, sexo, feminismo, ruptura familiar y apatía. En esencia, tres cuartos de los sacerdotes examinados se lavaron las manos de la responsabilidad de que los católicos abandonen la Iglesia y se excusaron así mismos de su obligación a responder.
En el otro lado de la puerta de acero que parece separar a los sacerdotes de los feligreses, los laicos dieron a su clero, en promedio, puntuaciones solamente la mitad de altas de lo que los protestantes dan a sus ministros en la predicación, la liturgia, el asesoramiento comprensivo, el respeto por las mujeres y el trabajo con la gente joven. En los años 50, según un estudio de Ben Gaffin Associates, el 40 por ciento de los americanos (protestantes y católicos por igual) calificaron los sermones que oyeron como "excelentes". En 2002, según el Centro Nacional de Investigación de la Opinión, el 36 por ciento de los protestantes todavía encontraron sus sermones excelentes, comparado a apenas el 18 por ciento de los católicos.
Además de los casos de abuso, los grandes problemas en el sacerdocio entonces, no son celibato o frustración sexual, sino los apremios a la excelencia de una cultura clerical dominada por la envidia, rígida y mediocre, que hace un pobre trabajo en servir a los miembros de la Iglesia.
Si los sacerdotes realmente desean mejorar su imagen, no deben molestarse en escribir cartas exigiendo que el celibato sea opcional -que serán desatendidas por sus obispos y el Vaticano- sino que deben hacer un auténtico esfuerzo por actualizar su trabajo, especialmente sus sermones.
Éstas son épocas duras para los sacerdotes. Están bajo ataque como pervertidos. Mucha gente está haciendo muchas demandas sobre pocos sacerdotes. Sin embargo, en parroquias donde el pastor es razonablemente abierto y razonablemente seguro, la respuesta de los laicos es de compromiso y dedicación entusiasta.
La gente me pregunta qué clase de sacerdote soy, queriendo decir si soy jesuita, dominico o franciscano (jesuita es la respuesta que más desean oír). Respondo generalmente: "no soy muy bueno, pero lo intento." Ahora, en la estela de estos nuevos informes, debemos todos intentarlo más esforzadamente.
Fuente: New York Times, 3 de marzo de 2004
(original en inglés)
También le puede interesar: La verdadera crisis (y oportunidad) de la Iglesia en Estados Unidos.