Pocos días han pasado desde que el Santo Padre ha abierto un Año Jubilar de los Sacerdotes, que hemos celebrado todos con gozo, por el bien que hará este tiempo de gracia y de bendición a la Iglesia. La figura del sacerdote no ha dejado de tener sentido, ha recibido del Señor una tarea importante, anunciar la conversión y la paz, por eso sigue Dios llamando. El responsable de la llamada no es otro, sino el Señor, incluso antes de nacer ya ha pensado en tí ,"Dios lo había llamado por su gracia, desde el seno materno" (Gal I-15).
La experiencia de Pablo nos sirve de referencia. Cuenta él que es fruto de la gracia de Dios, que le salió al encuentro y le cambió la vida y a partir de ese instante el norte de su existencia apunta a Cristo. De camino a Damasco, Saulo creía que Jesús estaba muerto, bien muerto y que su lamentable fin sobre la cruz era la señal de la reprobación de Dios para su obra. Cuando he aquí que de pronto se da cuenta de la potencia triunfadora de este Jesús que le prueba que está vivo, puesto que lo detiene y lo tira por tierra. Saulo encuentra a Cristo glorioso, a un Cristo que ha vencido la muerte. El horizonte que se le abre a Pablo es muy diferente al que se había imaginado antes, cuando era un perseguidor, ahora se encuentra con un misterio de gozo, felicidad, alegría, con una vida nueva.
En nada se parece un sacerdote real, de carne y hueso, a esas ridículas y malintencionadas caricaturas de sacerdotes que aparecen en las series de televisión o en el cine. Los sacerdotes que yo conozco saben que Nuestro Señor “nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia. Los sacerdotes que yo conozco saben que la vocación sacerdotal es un misterio. El Papa Jaun Pablo II, contando su propia vocación decía: “Es el misterio de un «maravilloso intercambio» entre Dios y el hombre. Este ofrece a Cristo su humanidad para que El pueda servirse de ella como instrumento de salvación, casi haciendo de este hombre otro sí mismo. Si no se percibe el misterio de este «intercambio» no se logra entender cómo puede suceder que un joven, escuchando la palabra «¡sígueme!», llegue a renunciar a todo por Cristo” (2 Tim 1,9). Los sacerdotes conocen la responsabilidad que les ha concedido el Señor, especialmente en la celebración de los Sacramentos, en la predicación y en la caridad…
Los sacerdotes de carne y hueso que yo conozco saben que deben aceptar las condiciones para seguir a Cristo, no les asusta la pobreza, la llevan de compañera de viaje siempre, han aprendido a dejar todo y aceptan sencillamente lo que les da la divina Providencia. Los sacerdotes de verdad saben que el poner la mano en el arado les impide mirar para atrás, miran hacia delante; son entregados, fraternos, tienen conciencia de la Verdad, de la justicia, de la paz… porque su brújula es el Evangelio. Los sacerdotes que yo conozco saben cuáles son sus defectos y limitaciones, conocen sus pecados, pero no dudan en recibir el sacramento de la penitencia siempre, porque necesitan volver a la fuente del agua viva y poder mirar a Jesús en la Eucaristía cara a cara… A los sacerdotes que yo conozco no les importa perder su vida por Cristo y por la Iglesia, porque ya la tienen entregada; son grandes, son héroes, siempre alegres, generosos y aspiran a tener un amor samaritano.
Todos los días rezo por los sacerdotes
+ José Manuel Lorca Planes - Obispo de Teruel y de Albarracín
Fuente: Ecclesia Digital, 9 de julio de 2009