Vida Sacerdotal - Selección de textos sobre el ministerio sacerdotal

Selección de textos de San Josemaría Escrivá sobre el ministerio sacerdotal

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Ofrecemos una selección de textos de San Josemaría Escrivá de Balaguer sobre el ministerio sacerdotal.

 

De la homilía “Sacerdote para la eternidad”

“El santo Sacramento del Orden Sacerdotal será administrado a este grupo de miembros de la Obra, que cuentan con una valiosa experiencia –de mucho tiempo tal vez– como médicos, abogados, ingenieros, arquitectos, o de otras diversísimas actividades profesionales. Son hombres que, como fruto de su trabajo, estarían capacitados para aspirar a puestos más o menos relevantes en su esfera social.

Se ordenarán, para servir. No para mandar, no para brillar, sino para entregarse, en un silencio incesante y divino, al servicio de todas las almas. Cuando sean sacerdotes, no se dejarán arrastrar por la tentación de imitar las ocupaciones y el trabajo de los seglares, aunque se trata de tareas que conocen bien, porque las han realizado hasta ahora y eso les ha confirmado en una mentalidad laical que no perderán nunca.

San Josemaría Escrivá. Imagen en el Ateneo de Teología (Madrid)Su competencia en diversas ramas del saber humano –de la historia, de las ciencias naturales, de la psicología, del derecho, de la sociología–, aunque necesariamente forme parte de esa mentalidad laical, no les llevará a querer presentarse como sacerdotes–psicólogos, sacerdotes–biólogos o sacerdotes–sociólogos: han recibido el Sacramento del Orden para ser, nada más y nada menos, sacerdotes–sacerdotes sacerdotes cien por cien”.

“Si alguna vez os topáis con un sacerdote que, externamente, no parece vivir conforme al Evangelio –no le juzguéis, le juzga Dios–, sabed que si celebra válidamente la Santa Misa, con intención de consagrar, Nuestro Señor no deja de bajar a aquellas manos, aunque sean indignas. ¿Cabe más entrega, más anonadamiento? Más que en Belén y que en el Calvario. ¿Por qué? Porque Jesucristo tiene el corazón oprimido por sus ansias redentoras, porque no quiere que nadie pueda decir que no le ha llamado, porque se hace el encontradizo con los que no le buscan.”

“No comprendo los afanes de algunos sacerdotes por confundirse con los demás cristianos, olvidando o descuidando su específica misión en la Iglesia, aquella para la que han sido ordenados. Piensan que los cristianos desean ver, en el sacerdote, un hombre más. No es verdad. En el sacerdote, quieren admirar las virtudes propias de cualquier cristiano, y aún de cualquier hombre honrado: la comprensión, la justicia, la vida de trabajo –labor sacerdotal en este caso–, la caridad, la educación, la delicadeza en el trato.

Pero, junto a eso, los fieles pretenden que se destaque claramente el carácter sacerdotal: esperan que el sacerdote rece, que no se niegue a administrar los Sacramentos, que esté dispuesto a acoger a todos sin constituirse en jefe o militante de banderías humanas, sean del tipo que sean (Cfr. Ibidem, Decreto Presbyterorum Ordinis n. 6). que ponga amor y devoción en la celebración de la Santa Misa, que se siente en el confesonario, que consuele a los enfermos y a los afligidos; que adoctrine con la catequesis a los niños y a los adultos, que predique la Palabra de Dios y no cualquier tipo de ciencia humana que –aunque conociese perfectamente– no sería la ciencia que salva y lleva a la vida eterna; que tenga consejo y caridad con los necesitados.

En una palabra: se pide al sacerdote que aprenda a no estorbar la presencia de Cristo en él, especialmente en aquellos momentos en los que realiza el Sacrificio del Cuerpo y de la Sangre y cuando, en nombre de Dios, en la Confesión sacramental auricular y secreta, perdona los pecados. La administración de estos dos Sacramentos es tan capital en la misión del sacerdote, que todo lo demás debe girar alrededor. Otras tareas sacerdotales –la predicación y la instrucción en la fe– carecerían de base, si no estuvieran dirigidas a enseñar a tratar a Cristo, a encontrarse con El en el tribunal amoroso de la Penitencia y en la renovación incruenta del Sacrificio del Calvario, en la Santa Misa”.

 

De Amigos de Dios

265 ¿Qué cambia entonces? Cambia que en el alma –porque en ella ha entrado Cristo, como subió a la barca de Pedro– se presentan horizontes más amplios, más ambición de servicio, y un deseo irreprimible de anunciar a todas las criaturas las magnalia Dei (Act II, 11.), las cosas maravillosas que hace el Señor, si le dejamos hacer. No puedo silenciar que el trabajo –por decirlo así– profesional de los sacerdotes es un ministerio divino y público, que abraza exigentemente toda la actividad hasta tal punto que, en general, si a un sacerdote le sobra tiempo para otra labor que no sea propiamente sacerdotal, puede estar seguro de que no cumple el deber de su ministerio.

 

De Es Cristo que pasa

184 Cuando hablo de libertad personal, no me refiero con esta excusa a otros problemas quizá muy legítimos, que no corresponden a mi oficio de sacerdote. Sé que no me corresponde tratar de temas seculares y transitorios, que pertenecen a la esfera temporal y civil, materias que el Señor ha dejado a la libre y serena controversia de los hombres. Sé también que los labios del sacerdote, evitando del todo banderías humanas, han de abrirse sólo para conducir las almas a Dios, a su doctrina espiritual salvadora, a los sacramentos que Jesucristo instituyó, a la vida interior que nos acerca al Señor sabiéndonos sus hijos y, por tanto, hermanos de todos los hombres sin excepción.

 

De Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer

n. 3. Acentuaría un rasgo de la existencia sacerdotal que no pertenece precisamente a la categoría de los elementos mudables y perecederos. Me refiero a la perfecta unión que debe darse –y el Decreto Presbyterorum Ordinis lo recuerda repetidas veces– entre consagración y misión del sacerdote: o lo que es lo mismo, entre vida personal de piedad y ejercicio del sacerdocio ministerial, entre las relaciones filiales del sacerdote con Dios y sus relaciones pastorales y fraternas con los hombres. No creo en la eficacia ministerial del sacerdote que no sea hombre de oración.

n. 4. Es además el ministerio sacerdotal –y más en estos tiempos de tanta escasez de clero– un trabajo terriblemente absorbente, que no deja tiempo para el doble empleo Las almas tienen tanta necesidad de nosotros, aunque muchas no lo sepan, que no se da nunca abasto. Faltan brazos, tiempo, fuerzas. Yo suelo por eso decir a mis hijos sacerdotes que, si alguno de ellos llegase a notar un día que le sobraba tiempo, ese día podría estar completamente seguro de que no había vivido bien su sacerdocio.

n. 58. Me parece que a los sacerdotes se nos pide la humildad de aprender a no estar de moda de ser realmente siervos de los siervos de Dios –acordándonos de aquel grito del Bautista: illum oportet crescere, me autem minui (Ioan 3, 30); conviene que Cristo crezca y que yo disminuya–, para que los cristianos corrientes, los laicos, hagan presente, en todos los ambientes de la sociedad, a Cristo. La misión de dar doctrina, de ayudar a penetrar en las exigencias personales y sociales del Evangelio, de mover a discernir los signos de los tiempos, es y será siempre una de las tareas fundamentales del sacerdote. Pero toda labor sacerdotal debe llevarse a cabo dentro del mayor respeto a la legítima libertad de las conciencias: cada hombre debe libremente responder a Dios. Por lo demás, todo católico, además de esa ayuda del sacerdote, tiene también luces propias que recibe de Dios, gracia de estado para llevar adelante la misión específica que, como hombre y como cristiano, ha recibido.

 

De Forja

n. 38. Mienten –o están equivocados– quienes afirman que los sacerdotes estamos solos: estamos más acompañados que nadie, porque contamos con la continua compañía del Señor, a quien hemos de tratar ininterrumpidamente.

n. 267. Cuando daba la Sagrada Comunión, aquel sacerdote sentía ganas de gritar: ¡ahí te entrego la Felicidad!

n. 412. La guarda del corazón. –Así rezaba aquel sacerdote: "Jesús, que mi pobre corazón sea huerto sellado; que mi pobre corazón sea un paraíso, donde vivas Tú; que el Angel de mi Guarda lo custodie, con espada de fuego, con la que purifique todos los afectos antes de que entren en mí; Jesús, con el divino sello de tu Cruz, sella mi pobre corazón".

n. 428. No busques consuelos fuera de Dios. –Mira lo que escribía aquel sacerdote: ¡nada de desahogar el corazón, sin necesidad, con ningún otro amigo!

n. 579. Aquel joven sacerdote solía dirigirse a Jesús, con las palabras de los Apóstoles: «edissere nobis parabolam» –explícanos la parábola. Y añadía: Maestro, mete en nuestras almas la claridad de tu doctrina, para que nunca falte en nuestras vidas y en nuestras obras..., y para que la podamos dar a los demás.

–Díselo tú también al Señor.

n. 662. Cuando te dispongas a hacer una labor de apostolado, aplícate lo que decía un hombre que buscaba a Dios: "Hoy comienzo a predicar una tanda de ejercicios para sacerdotes. ¡Ojalá saquemos mucho fruto: el primero, yo!"

–Y más tarde: "llevo varios días de ejercicios. Los ejercitantes son ciento veinte. Espero que el Señor haga buena labor en nuestras almas".

n. 747. Así deseaba dedicarse a la oración un sacerdote, mientras recitaba el Oficio divino: "seguiré la norma de decir, al comenzar: «quiero rezar como rezan los santos», y luego invitaré a mi Angel Custodio a cantar, conmigo, las alabanzas al Señor".

Prueba este camino para tu oración vocal, y para fomentar la presencia de Dios en tu trabajo.

n. 775. Así rezaba un sacerdote, en momentos de aflicción: "Venga, Jesús, la Cruz que Tú quieras: desde ahora, la recibo con alegría, y la bendigo con la rica bendición de mi sacerdocio".

n. 882. Ser cristiano –y de modo particular ser sacerdote; recordando también que todos los bautizados participamos del sacerdocio real– es estar de continuo en la Cruz.

n. 910. La Iglesia necesita –y necesitará siempre– sacerdotes. Pídeselos a diario a la Trinidad Santísima, a través de Santa María.

–Y pide que sean alegres, operativos, eficaces; que estén bien preparados; y que se sacrifiquen gustosos por sus hermanos, sin sentirse víctimas.

n. 965. Pensando en los sacerdotes del mundo entero, ayúdame a rezar por la fecundidad de sus apostolados.

–Sacerdote, hermano mío, habla siempre de Dios, que, si eres suyo, no habrá monotonía en tus coloquios.

n. 966. La predicación, la predicación de Cristo "Crucificado", es la palabra de Dios.

Los sacerdotes han de prepararse lo mejor que puedan, antes de ejercer tan divino ministerio, buscando la salvación de las almas.

Los seglares han de escuchar con respeto especialísimo.

n. 967. Me produjo alegría lo que decían de aquel sacerdote: "Predica con toda el alma... y con todo el cuerpo".

 

De Camino

n. 71. ¡Cómo hemos de admirar la pureza sacerdotal! -Es su tesoro. -Ningún tirano podrá arrancar jamás a la Iglesia esta corona.

n. 72. No me pongas al Sacerdote en el trance de perder su gravedad. Es virtud que, sin envaramiento, necesita tener.

¡Cómo la pedía -¡Señor, dame... ochenta años de gravedad!- aquel clérigo joven, nuestro amigo!

Pídela tú también, para el Sacerdocio entero, y habrás hecho una buena cosa.

 

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