Dicen que si Dios llama y no le abren la puerta, entra por la ventana. Por eso, cuando un hijo o una hija siente el llamado de la vocación, de nada sirven los llantos y pataleos de los padres. A poco andar, la familia comprende que el hijo que parte deja en su lugar un sentimiento muy profundo, mezcla de paz y emoción. Tres mamás compartieron con nosotros la experiencia de tener hijos o hijas entregados a Dios. Nos contaron cómo se manifestó en ellos la vocación y las dudas y temores que sintieron como padres.
"No te voy a decir que no lo hagas"
El menor de los cuatro hijos de Carmen Munita, Andrés, es misionero en el Chad, un país africano al sur de Libia y al oeste de Sudán. Sacerdote jesuita, trabaja evangelizando y proveyendo ayuda material a personas que en verano deben escarbar en el barro en busca de agua. A los riesgos para su salud -ya ha tenido malaria y está expuesto a toda suerte de pestes y fiebres- se suma la situación del país que pone en peligro la vida de cualquier misionero.
Nos cuenta su madre: "Para mí y mi marido no fue tan sorpresiva la decisión de Andrés, porque él siempre había sido especial. A mí me impresionaba -y todavía me impresiona- que fuera capaz de tantas cosas, una persona que sabía a lo que iba y lo que quería. Además, tenía un desprendimiento muy grande de sí mismo para darse a los demás. Pero lo que más llama la atención es la alegría con la que enfrenta la vida.
"Me contó su decisión a mí, antes que a mi marido. El estudiaba en la universidad y yo le aconsejé que terminara su carrera. Le dije, ‘creo que es lo mejor, pero si tú ya tienes pensado esto, y crees que tu camino es el sacerdocio, no te voy a decir que no lo hagas’. Su papá y la familia también recibieron la noticia muy bien.
"En 1996 se ordenó en la Compañía de Jesús y partió a Africa. Que se fuera tan lejos no fue para mí tan triste como pensé que iba ser. Me impacta mucho cómo, cuando uno está cerca de Dios, suceden las cosas más curiosas. Por ejemplo, poco después que Andrés se ordenara, celebró una Misa y me llamaron para que hablara sobre cómo era tener un hijo sacerdote. Yo soy muy tímida y esto me pilló de sorpresa. Pero, no sé cómo, el Espíritu Santo me iluminó y hablé muy tranquila y contenta. Yo creo que esa misma fuerza me acompañó para no tener pena cuando Andrés se fue.
"Un hijo sacerdote está mucho más cerca de lo que uno cree. Yo sé que él reza todos los días por mí durante la Misa y eso me hace sentirlo muy cerca. Y cuando viene a Chile salimos mucho juntos. Para mis nietos es la locura: tiene mucha chispa y una alegría contagiosa; casi no van al colegio porque su tío Andrés está aquí".
"Yo sentía que su mision era tan noble, y eso me emocionaba hasta las lágrimas"
Josefina Costabal tiene cinco hijos. La mayor, Susana Barroilhet -de 24 años-, es consagrada de los Legionarios de Cristo desde los 19.
"La Susana estudiaba psicología en la Universidad Católica cuando decidió congelar sus estudios para ‘dar un año’ y misionar fuera de Chile, trabajando por el movimiento. A los dos meses me llamó y me dijo ‘mamá, voy a consagrarme’. Nosotros no sabíamos lo que era consagrarse, porque aunque ella participaba desde hacía tres o cuatro años en el movimiento, yo no conocía la parte vocacional. Ese fue el primer impacto.
"Cuando supe que iba a llevar una vida que se define como contemplativa y misionera, es decir, como vida conventual, con promesas de obediencia, pobreza y castidad y labor apostólica fuera del país, me costó mucho la separación. Yo me proyectaba al futuro y pensaba ‘nunca más’, ‘nunca más a su lado’". Además ella ya estaba fuera de Chile, y no había posibilidad de abrazarla y compartir su decisión, era como abrazar el aire. En esos momentos y después siempre estuve muy cerca de Dios, para que me ayudara a entenderlo mejor y a pasar luego la etapa de la separación".
"Yo nunca pensé que ella tuviera vocación, a pesar de que era muy especial, generosa y siempre tuvo un carisma súper cristiano. La Su era muy aplicada en el colegio y en la universidad, una vida social intensa, de lunes a domingo, y le encantaba cantar donde le pidieran. Es decir, muy del mundo también. Nunca se había frustrado por nada, pero a la vez muy impulsiva, y por eso nosotros le decíamos ‘piénsalo mejor, no te vayas a arrepentir....’, ‘no mamá, me decía súper convencida y feliz’. Después me escribió una carta contándome que recibió el llamado claramente: sintió que Dios le decía ‘yo te quiero para Mí para siempre’. Nos contó que a ella le costó al principio, que es lo normal, y que cuando se sentó en la Iglesia y se entregó a la voluntad de Dios, sintió una paz y una felicidad inmensa. Pensó ‘esto es lo que yo quiero’, y sintió que el Señor le decía ‘yo te voy a cuidar, tú estás en mis manos’. Y desde entonces ha sido muy, muy feliz. Desde ese momento mi familia la ha apoyado siempre.
"Nosotros conversamos mucho con otras familias de consagradas, que te cuentan: ‘Oye, nosotros también lloramos, esto es así al principio, y lo mejor que puedes hacer es apoyarla, jamás estar en contra y eso me ayudó mucho. Las mamás me decían, ‘mira, después que pase un año, vas a estar feliz’. Dicho y hecho, al año empiezas a apreciar y admirar todo esto, porque su decisión es lo más noble que te puede pasar como mamá. Y pienso también lo noble y grande que fue para ella renunciar a su familia, país, amigos, universidad y a todos sus afectos por "el amor a Dios", es algo muy santo, y es una bendición para toda mi familia.
"Yo creo que Dios elige lo mejor y estoy feliz de que la Susana esté tan feliz. Además, ahora veo la vida y el sufrimiento a través de un prisma distinto. Siento que Dios está siempre en nuestra casa, hasta los momentos más difíciles se solucionan mejor de lo que uno proyecta".
"Papá, ¿usted estudiaría Ingeniería si supiera que nunca va a ser ingeniero?"
Ana María Errázuriz tiene nueve hijos, tres de los cuales siguieron el llamado divino. Francisca es monja carmelita, José Tomás es sacerdote diocesano y Pablo es miembro numerario del Opus Dei.
"La Francisca era un terremoto. Estudiaba Matemáticas en la universidad, tenía 19 años. Un 1 de octubre nos contó que quería entrar al convento de carmelitas de Viña del Mar. Para nosotros fue impactante, 'déjanos aterrizar, que no entendemos mucho tu vocación', le dijimos. Entró en abril del año siguiente, lleva 21 años de monja y sigue siendo la de siempre: cariñosa, divertida, alegre. Al principio fue difícil y la ceremonia con que las reciben en el convento es impactante, pero con el tiempo me siento feliz, es una bendición.
"A José Tomás le vimos la vocación desde chico, siempre fue un niño especial. Por eso no fue tan sorpresivo. Estaba en cuarto medio, y entonces mi marido le dijo: ‘¿por qué no estudias una carrera primero?’. Y él le contestó: ‘papá, ¿usted estudiaría Ingeniería si supiera que nunca va a ser ingeniero?’ Ahora es párroco de la Parroquia de San Diego de Alcalá".
"Pablo es ingeniero y también fue una sorpresa cuando nos dijo que iba a ser miembro numerario del Opus Dei", cuenta. Se trataba de una vocación distinta, sirviendo a Dios en medio del mundo, sin abandonar su trabajo profesional, sino por el contrario, convirtiéndolo en ocasión de santificarse y santificar a los demás. "Pablo y todos mis hijos son muy felices, tienen vidas muy completas y son la ayuda más grande que tengo", señala.
"Yo siempre le pedí al Señor que guiara a los niños como si fueran cordelitos sujetos a un volantín. Siempre pedí por vocaciones, pero me da una vergüenza tremenda que piensen que yo y mi marido somos santos porque tenemos tantas vocaciones en la casa. ¡Porque siempre fuimos súper normales!"
OJO: Temores y dudas de los padres.
Aún cuando los padres tengan una fe viva -la mayoría de las vocaciones surge al interior de familias cristianas que viven con coherencia su fe- hay un impacto inicial al saber a un hijo escogido por Dios. Más tarde surgen por lo general ciertas dudas y temores.
* ¿Tendrá verdadera vocación?
Si bien Dios no llama por escrito, la vocación -explica el sacerdote Eugenio Zúñiga- es una luz de la inteligencia que permite ver que Dios quiere algo, un algo concreto, y una fuerza que empuja a la voluntad para querer lo que Dios insinúa a la inteligencia como algo propio. Explica que toda vocación es concreta y es distinta: el sacerdocio, la vida contemplativa o la acción misionera, todas son maneras distintas de servir a Dios. Además, dice que toda vocación es sorpresiva y no es producto de una elección personal, sino de un llamado divino a la abnegación y la renuncia.
*¿Ha sido presionado para tomar la decisión?
El único que presiona amorosamente es Dios. Porque la orden, congregación, movimiento etc. a la que postula es la primera interesada en que el o la joven tenga real vocación. El padre Aldo Coda, prefecto de teología del Seminario Pontificio Mayor explica que en el Seminario existe un período de postulación, en el cual los muchachos son presentados por alguien que los recomienda. Los formadores evalúan muy detenidamente su vocación y rezan mucho para que Dios los impulse para saber quién debe ser aceptado. Así es como en todas las congregaciones y movimientos se evalúan las vocaciones, porque existe mucho interés en que los muchachos y niñas que postulan a una vida religiosa o de celibato apostólico tengan real voluntad y vocación.
*¿Será feliz, estará muy solo, será fiel?
De acuerdo a su experiencia como formador en el Seminario, el padre Aldo afirma que las respuestas de los papás a la vocación de sus hijos suele depender del grado de relación y vinculación que tenga la familia con la Iglesia. "Pero todas las resistencias de un comienzo, que resultan muy dolorosas para los chiquillos, se transforman en alegrías cuando ven la felicidad de sus hijos". Recomienda, además, que los papás conozcan los lugares en que sus hijos estudiarán y vivirán, porque "la vida de formación no es una vida oscura y triste como algunos creen. Los seminaristas son chiquillos como todos que se están jugando por una opción, por un don de Dios". Con respecto a la soledad que muchos papás temen para sus hijos religiosos, por no vivir en el matrimonio, ambos sacerdotes coinciden en que la vida en comunidad y en compañía de Dios no puede ser solitaria.
Nadie tiene asegurada la fidelidad: ni en el camino del matrimonio, ni en el de la vida dedicada a Dios. Pero en éste último se cuenta con la gracia especial de Dios. Como dice Santa Teresa, es el único que da a cambio el ciento por uno y la vida eterna.
Fuente: Revista "Hacer Familia", Santiago de Chile, nº 49
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