En un discurso a un grupo de obispos brasileños, Benedicto XVI ha explicado la relación y diferencia entre la misión propia de los fieles laicos y la de los sacerdotes. El marco es la Iglesia, “comunidad sacerdotal estructurada orgánicamente”. En esta expresión del Concilio Vaticano II se condensa el hecho de que toda la comunidad cristiana participa del sacerdocio de Cristo. Esta participación tiene dos modos, que están “orgánicamente” entrelazados, tanto en la estructura como en la misión de la Iglesia: el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial.
No se trata de un tema de interés sólo para especialistas o eclesiásticos, sino para todos los cristianos. El Papa observa que “la profundización armónica, correcta y clara de la relación entre sacerdocio común y ministerial constituye actualmente uno de los puntos más delicados del ser y de la vida de la Iglesia”.
El sacerdocio común tiene como objeto ofrecer la existencia ordinaria, en unión con la vida de Cristo para la gloria de Dios y la salvación del mundo; esto lo hacen especialmente los fieles laicos, que tienen como propia índole la “secularidad” (el buscar a Dios en y a través de las realidades del mundo creado y ordenar esas realidades a Dios desde dentro de la sociedad civil). Y lo hacen fundamentalmente a través de la Eucaristía que presiden los presbíteros. El sacerdocio ministerial tiene como propio hacer presente a Cristo en la Iglesia por medio de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y la Penitencia. De este modo, “el ministro ordenado es el lazo sacramental que une la acción litúrgica a aquello que dijeron e hicieron los Apóstoles y, por ellos, a lo que dijo e hizo el mismo Cristo, fuente y fundamento de los sacramentos".
Como es lógico, también los ministros ordenados conservan su sacerdocio común: siguen siendo cristianos. Por eso continúan “llamados a vivir con coherencia y plenitud la gracia y los compromisos del bautismo, esto es, a ofrecerse a sí mismos y toda su vida en unión con la oblación de Cristo. La celebración cotidiana del Sacrificio del Altar y la oración diaria de la Liturgia de las Horas deben ir siempre acompañadas del testimonio de toda la existencia que se hace don a Dios y a los demás y que se convierte así en guía para los fieles”. Pero estos ministros ordenados –los que denominamos sencillamente “sacerdotes”– ya no son fieles laicos. Y no deben confundirse con ellos, porque los presbíteros sirven a Cristo y, por Él con Él y en Él a sus hermanos bautizados, la mayoría de los cuales son fieles laicos.
El hecho de que no todos los miembros de la Iglesia tengan la misma función, dice el Papa, “constituye la belleza y la vida del cuerpo”, con referencia la primera carta de San Pablo a los Corintios (cap. 12, 14.17). Importa mucho comprender la relación entre ambas formas de participación del sacerdocio (común y ministerial). Y al mismo tiempo importa la distinción, para que quede claro lo propio, es decir, la “identidad específica” de uno y otro: “Es en la diversidad esencial entre sacerdocio ministerial y sacerdocio común donde se entiende la identidad específica de los fieles ordenados y laicos”. Si esa identidad no se respeta, si se confunden las funciones, entonces la Iglesia deja de realizar su misión en el mundo. Por eso, advierte el sucesor de Pedro, “es necesario evitar la secularización de los sacerdotes y la clericalización de los laicos”.
Por tanto, de un lado “los fieles laicos deben comprometerse en expresar en la realidad, incluso a través del compromiso político, la visión antropológica cristiana y la doctrina social de la Iglesia”. De otro lado, “los sacerdotes deben permanecer apartados de un compromiso personal con la política, a fin de favorecer la unidad y la comunión de todos los fieles, y así podrán ser una referencia para todos”. También los miembros de la vida religiosa tienen su modo de vivir este “sacerdocio” según sus propios dones.
Dice Benedicto XVI que la situación actual en muchos lugares, de carencia de presbíteros, “podría llevar a las comunidades a resignarse a esta carencia, consolándose con el hecho de que ésta pone de manifiesto mejor el papel de los fieles laicos”. Como bien señala, son dos cosas diversas, pues los fieles laicos deben realizar siempre su papel de santificación de las realidades temporales (el trabajo, la familia, las actividades sociopolíticas, etc), precisamente con la ayuda de los sacerdotes: con la predicación, la celebración de los sacramentos, la animación de las comunidades cristianas. Por eso, añade el Papa, “la falta de presbíteros no es lo que justifica una participación más activa y numerosa de los laicos”. Pensemos que algunos intentan paliar la carencia de presbíteros, haciendo que los fieles laicos tiendan a sustituir a los presbíteros en las funciones propias de éstos (lo que el Papa llama la “clericalización” de los laicos) y descuiden (los laicos) la santificación de las realidades terrenas. En efecto, lo que justifica la participación de los laicos en su propia función no es la carencia de los presbíteros. Otro modo de pensar –según el cual los sacerdotes tendrían que arreglar todas las cosas de la sociedad civil– supondría una “secularización de los presbíteros”. Los laicos están en las realidades temporales en virtud de lo que son, fieles cristianos bautizados cuya vida (a la vez que su vocación y misión) se desempeña dentro de la sociedad civil. Y no están ahí porque sean “enviados” por los sacerdotes o los religiosos, sino por el mismo Cristo en el Bautismo y la Confirmación. Lo que tienen que hacer es ser testigos coherentes, con la vida y la palabra, de lo que han recibido.
“En realidad –señala con acierto el Papa– cuanto más los fieles se vuelven conscientes de sus responsabilidades en la Iglesia, tanto más sobresalen la identidad específica y el papel insustituible del sacerdote como pastor del conjunto de la comunidad, como testigo de la autenticidad de la fe y dispensador, en nombre de Cristo-Cabeza, de los misterios de la salvación”. Esto es lo que interesa, que cada uno sepa cuál es su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo. Y así todos los cristianos colaboran orgánicamente, con su propio modo, en la misión de la Iglesia y en la salvación del mundo. Todo ello sin perjuicio de la importante colaboración de todos los fieles en tareas “intraeclesiales” (catequesis, preparación y participación de la liturgia, atención a los más necesitados de las parroquias, etc.),
Por lo que respecta a la carencia de los presbíteros, “la función del presbítero es esencial e insustituible para el anuncio de la Palabra y la celebración de los Sacramentos, sobre todo de la Eucaristía, memorial del Sacrificio supremo de Cristo, que entrega su Cuerpo y su Sangre. Por eso urge pedir al Señor que envíe obreros a su Mies; además de eso, es preciso que los sacerdotes manifiesten la alegría de la fidelidad a la propia identidad con el entusiasmo de la misión”.
En conclusión, es deber de todos los cristianos orar por las vocaciones sacerdotales y la fidelidad de los sacerdotes. Tradicionalmente las familias cristianas consideraban como un honor el llegar a tener un hijo sacerdote para servir a Dios, a la Iglesia y a todas las personas. Y rezaban por ello, dejando a sus hijos en la más completa libertad de opción. ¡Ojalá que tales actitudes estén muy presente en este Año Sacerdotal!
Ramiro Pellitero es profesor de Teología Pastoral en la Universidad de Navarra