Ofrecemos las cuatro oraciones que compuso Santa Brígida, que se encuentran entre las Revelaciones que ella divulgó. Santa Brígida (1302 o 1303 - 1373), nacida en una familia noble de Suecia, casó con Ulf Gudmarsson. Tuvieron ocho hijos, uno de ellos Santa Catalina de Suecia. Al enviudar en 1344, se retiró a la vida monástica.
En 1350 peregrinó a Roma con motivo del año jubilar. Allí recibió el permiso del Papa para fundar una nueva Orden religiosa: fue la Orden del Santísimo Salvador o brigidianas. Falleció en 1373 en Roma. Fue canonizada en 1391. El Papa San Juan Pablo II la declaró Patrona de Europa.
Prefacio
Prefacio a las cuatro siguientes oraciones, que fueron reveladas por Dios a Santa Brígida de Suecia
Como santa Brígida estuviera siempre pidiendo y suplicando a Dios, que le inspirase algún modo de orar que fuese grato al Señor, acaecióle, que estando cierto día en oración, fue admirablemente arrebatada en espíritu por una elevación mental y entonces le inspiró Dios varias oraciones muy hermosas acerca de la vida, pasión y alabanza de nuestro Señor Jesucristo, y de la vida, compasión y alabanza de la bienaventurada Virgen María, las cuales oraciones las retuvo siempre en su memoria la Santa, de tal modo que todos los días las leía con devoción. Por lo cual, orando después en cierta ocasión después Santa Brígida, se le apareció la santísima Virgen y le dijo: «Yo te alcanzaré esas raciones, y así, cuando las leyeres con devoción, serás visitada por el consuelo de mi Hijo».
Oración primera
En esta oración, revelada por Dios a Santa Brígida, es devota y encarecidamente alabada la gloriosísima Virgen María por su santa concepción e infancia, y por todos los actos virtuosos, penalidades y grandes dolores de su vida entera, y por su santísima muerte, por su asunción, etc.
Bendita y venerada seáis Vos, Señora mía gloriosísima Virgen María, Madre de Dios, ante quien sois en verdad, la más excelente criatura, y nadie jamás le amó tan íntimamente como Vos, santísima Señora. Gloria os sea dada, Señora mía, Virgen María, porque el ángel que os anunció a vuestro Hijo Jesucristo, fue el mismo por quien fuisteis anunciada a vuestros padres, y de su honestísimo consorcio fuisteis concebida sin mancha. Bendita seáis Vos, Señora mía Virgen María, que al punto que os separasteis de vuestros padres en vuestra santísima infancia, fuisteis conducida al templo de Dios y entregada a la par que otras vírgenes, a la custodia de un devoto Pontífice.
Alabada seais, Señora mía Virgen María, porque luego que comprendisteis que existía vuestro Creador, al punto lo comenzasteis a amar encarecidamente sobre todas las cosas, y en aquel momento ordenasteis todos vuestros actos con suma discreción para honra de Dios; distribuyendo en rezos y ejercicios todo vuestro tiempo tanto de día como de noche, y moderando de tal suerte el sueño y comida de vuestro glorioso cuerpo, que siempre lo teníais dispuesto para servir a Dios. Infinita gloria os sea dada, Señora mía Virgen María, que ofrecisteis humildemente vuestra virginidad al mismo Dios, y así no os cuidasteis de quién se desposaría con Vos, porque sabíais, que aquel a quien primeramente habíais dado palabra, era mejor y más poderoso que todos los demás.
Bendita seáis, Señora mía Virgen María, que toda vuestra alma estaba encendida sólo con el ardor del amor divino, y elevada con todo el poder de vuestras fuerzas, contemplando al altísimo Dios a quien por amarlo apasionadamente le habíais ofrecido vuestra virginidad, cuando os fue enviado por Dios el ángel, y saludándoos os anunció la voluntad del Señor. A lo que respondiendo Vos muy humildemente, confesasteis ser esclava de Dios, y el Espíritu Santo os llenó maravillosamente de toda virtud. Dios Padre envió a Vos su Hijo coeterno e igual a sí mismo, el que viniendo a Vos tomó para sí de vuestra carne y sangre un cuerpo humano, y de este modo en aquella bendita hora el Hijo de Dios se hizo en Vos Hijo vuestro, viviendo con todos sus miembros, sin perder la Majestad divina.
Bendita seáis Vos, Señora mía Virgen María, que continuamente estuvisteis sintiendo crecer y moverse en vuestro vientre hasta la época de su glorioso nacimiento, el cuerpo de Jesucristo, formado de vuestro bendito cuerpo, y antes que nadie lo tocasteis con vuestras santas manos, lo envolvisteis en unos pañales, lo reclinasteis en un pesebre, según el vaticinio del Profeta, y con sumo júbilo lo alimentasteis maternalmente con la sacratísima leche de vuestros pechos. Gloria os sea dada, Señora mía Virgen María, que teniendo una despreciable morada, cual es un establo, visteis llegar de lejanas tierras poderosos reyes para ofrecer humildemente con suma reverencia donativos regios a vuestro Hijo, al cual presentasteis después en el templo con vuestras preciosas manos, y en vuestro bendito corazón conservasteis cuidadosamente todo lo que habíais oído y visto en su infancia.
Bendita seáis Vos, Señora mía Virgen María, que con aquel vuestro santísimo descendiente huisteis a Egipto, y después lo trajisteis con júbilo a vuestra santa casa de Nazaret, y visteis a este vuestro mismo Hijo humilde y obediente a Vos y a José, cuando en ella fue creciendo en edad. Bendita seáis, gloriosa Virgen María, que visteis predicar a vuestro Hijo, hacer milagros y elegir sus Apóstoles, los cuales, alumbrados con sus ejemplos, milagros y doctrina, fueron testigos de la verdad, y propagaron por todas las naciones que Jesús era verdadero Hijo de Dios y vuestro, y que él por sí mismo había cumplido las escrituras de los Profetas, cuando sufrió con paciencia una durísima muerte por salvar al linaje humano.
Bendita seáis Vos, Señora mía Virgen María, que con anticipación supisteis que debía ser preso vuestro Hijo, y después con vuestros benditos ojos lo visteis dolorosamente atado a la columna, azotado, coronado de espinas, clavado desnudo en la cruz, siendo el blanco del desprecio de muchos, y apellidado traidor. Déseos toda honra, Señora mía Virgen María, que con dolor visteis a vuestro Hijo hablaros desde la cruz, y con vuestros benditos oídos afligidamente lo oísteis clamar al Padre en la agonía de la muerte, y entregar en sus manos el alma. Alabada seáis, Señora mía Virgen María, que con amargo dolor visteis a vuestro Hijo pendiente en la cruz, lívido desde el extremo de la cabeza hasta la planta de los pies, rubricado con su propia sangre y tan cruelmente muerto; y con suma amargura mirasteis traspasados sus pies y manos, y su glorioso costado, y todo su cuerpo destrozado sin ninguna misericordia.
Bendita seáis Vos, Señora mía Virgen María, que con vuestros ojos bañados en lágrimas visteis bajar de la cruz a vuestro Hijo, envolverlo en el sudario, ponerlo en el sepulcro y ser allí custodiado por los soldados. Bendita seáis Vos, Señora mía Virgen María, que traspasado vuestro corazón con un profundo y amarguísimo dolor, fuisteis apartada del sepulcro de vuestro Hijo, y llena de pesar conducida por vuestros amigos a casa de Juan, donde al punto sentisteis alivio a vuestro gran dolor, porque sabíais positivamente que pronto había de resucitar vuestro Hijo.
Alegraos, dignísima Señora mía Virgen María, porque en el mismo instante en que resucitó de la muerte vuestro Hijo, quiso hacerlo saber a ti su santísima Madre, por lo cual al punto se os apareció por sí mismo, y después se manifestó a otras varias personas, haciéndolas saber que había resucitado de entre los muertos el que en su cuerpo vivo había padecido la muerte. Alegraos, pues, dignísima Señora mía Virgen María, porque vencida la muerte, destruído su autor, y abierta la puerta del cielo, visteis resucitado a vuestro Hijo y triunfante con la corona de la victoria; y a los cuarenta días después de su resurrección, lo estuvisteis viendo en presencia de muchos subir a su reino de los cielos gloriosísimamente y como rey, acompañado de ángeles.
Regocijaos, dignísima Señora mía Virgen María, porque merecisteis ver cómo después de su Ascensión transmitió de repente vuestro Hijo a sus Apóstoles y discípulos el Espíritu Santo de que antes os había llenado toda, e ilustró maravillosamente sus corazones, acrecentando en ellos el fervor del amor de Dios y la rectitud de la fe católica. Alegraos también, Señora mía Virgen María, y con vuestra alegría alégrase todo el mundo, porque después de su Ascensión permitió vuestro Hijo que permanecieseis vos muchos años en la tierra para consolar a sus amigos, robustecer la fe, auxiliar a los necesitados y dar sanos consejos a los Apóstoles, y entonces con vuestras prudentísimas palabras, recatados modales y virtuosas obras, convirtió a la fe católica a innumerables judíos e infieles paganos, y dándoles luz admirablemente, les enseñó a confesaros por Virgen Madre, y a él por vuestro Hijo, Dios y verdadero hombre.
Bendita seáis vos, Señora mía Virgen María, que continuamente y a toda hora con ardiente caridad y materno amor estuvisteis deseando ir a vuestro Hijo tan querido, que ya estaba sentado en el cielo; y cuando permanecisteis en este mundo suspirando por las cosas celestiales, os conformasteis humildemente con la voluntad de Dios, por lo que según juicio de la justicia divina aumentasteis de un modo inefable vuestra eterna gloria. Séaos dado eterno honor y gloria, oh Señora mía Virgen María, porque cuando fue voluntad de Dios sacaros del destierro de este mundo, y honrar vuestra alma eternamente en su reino, se dignó entonces anunciároslo por su ángel, y quiso que vuestro venerable cuerpo ya cadáver fuese con toda reverencia colocado en el sepulcro por sus Apóstoles.
Congratulaos, oh Señora mía Virgen María, porque en vuestra suavísima muerte fue vuestra alma abrazada por el poder de Dios, quien la protegió contra toda adversidad, custodiándola paternalmente. Y entonces Dios Padre sometió a vuestro poder todas las cosas creadas, Dios Hijo colocó honoríficamente consigo a su dignísima Madre en muy sublimado asiento, y el Espíritu Santo os ensalzó maravillosamente, llevando a su glorioso reino a Vos, que sois su Virgen esposa. Alegraos por siempre, Señora mía Virgen María, porque después de vuestra muerte estuvo pocos días en el sepulcro vuestro cuerpo, hasta que por el poder de Dios fue otra vez unido con honor a vuestra alma.
Llenaos de regocijo, oh gloriosa Madre de Dios Virgen María, porque después de vuestra muerte merecisteis ver vivificado vuestro cuerpo, y juntamente con vuestra alma subir al cielo acompañado de ángeles, y reconocisteis a vuestro glorioso Hijo por Dios al par que hombre, y con sumo gozo visteis que era justísimo juez de todos y remunerador de las buenas obras.
Regocijáos también, Señora mía Virgen María, porque la santísima carne de vuestro cuerpo conoció que estaba ya en el cielo como Virgen y Madre, y no se vio manchada nunca en lo más mínimo con la más leve imperfección o falta; antes a la inversa, conoció haber hecho con tanto amor de Dios todas las obras virtuosas, que por justicia convino que el Señor os honrara con suma distinción. También comprendisteis entonces, que según cada cual amare a Dios más ardientemente en este mundo, así el Señor lo colocaría en el cielo más cerca de sí; y como era manifiesto a toda la corte celestial, que ningún ángel ni hombre amó a Dios con tan grande amor como Vos, fue, por consiguiente, justo y razonable que el mismo Dios os colocase honrosamente con cuerpo y alma en altísimo asiento de gloria.
Bendita seáis Vos, oh Señora mía Virgen María, porque toda criatura fiel alaba por causa vuestra a la Santísima Trinidad, por ser Vos su más digna criatura, que estáis muy dispuesta a alcanzar perdón a las infelices almas, y sois abogada y fidelísima intercesora de todos los pecadores. Alabado, pues, sea Dios, supremo Emperador y Señor, que os crió para tan grande honra, para haceros Emperatriz y Señora, que por siempre ha de reinar con él en el reino de los cielos eternamente por los siglos de los siglos. Amén.
Segunda oración
Dios reveló a santa Brígida esta oración, en la cual es alabado Jesucristo devota y encarecidamente con una narración puntual de su gloriosa encarnación y de todos los hechos, trabajos y dolores de su vida y de su santísima muerte, de su ascensión a los cielos, de la venida del Espíritu Santo a sus discípulos, etc.
Bendito seáis Vos, mi Señor, mi Dios, y queridísimo amante de mi alma, que sois un solo Dios en tres personas. Gloria y alabanza os sea dada, mi Señor Jesucristo, que fuisteis enviado por el Padre al cuerpo de una Virgen, quedando, no obstante, con el Padre siempre en el cielo, y permaneciendo con su divinidad el Padre en vuestra Humanidad sin separarse de Vos en el mundo. Honra y gloria os sea dada, mi Señor Jesucristo, que habiendo sido concebido por el Espíritu Santo en el vientre de la Virgen, crecisteis corporalmente, y en él con humildad habitasteis hasta el tiempo del parto, y después de vuestra dichosa Natividad os dignasteis ser tocado con las purísimas manos de vuestra Madre, ser envuelto en pañales y reclinado en un pesebre.
Bendito seáis Vos, mi Señor Jesucristo, que quisisteis fuera circuncidada vuestra inmaculada carne, llamaros Jesús, y que os ofreciera en el templo vuestra Madre. Bendito seáis Vos, mi Señor Jesucristo, que os hicisteis bautizar en el Jordán por vuestro siervo Juan. Bendito seáis Vos, mi Señor Jesucristo, que con vuestra bendita boca predicasteis a los hombres palabra de vida, y en presencia de ellos ejecutasteis muchos milagros. Bendito seáis Vos, mi Señor Jesucristo, que para cumplir las escrituras de los profetas, manifestasteis con pruebas al mundo que érais el verdadero Dios.
Gloria y bendición os sea dada, mi Señor Jesucristo, que maravillosamente ayunasteis cuarenta días en el desierto, y permitisteis que os tentara vuestro enemigo el demonio, al cual cuando quisisteis lo echasteis de Vos con una sola palabra. Bendito seáis Vos, mi Señor Jesucristo, que con anticipación anunciasteis vuestra muerte, y en la última cena consagrasteis maravillosamente el pan material convirtiéndolo en vuestro precioso Cuerpo y lo disteis con amor a vuestros Apóstoles en memoria de vuestra dignísima Pasión, y mostrasteis humildemente vuestra suma humildad, lavándoles los pies con vuestras santas y preciosas manos.
Honra os sea dada, mi Señor Jesucristo, que tuvisteis un copioso sudor de sangre a causa del temor de la Pasión y muerte de vuestro inocente cuerpo, y a pesar de todo consumasteis nuestra redención, que queríais llevar a cabo, y de esta manera manifestasteis muy a las claras el amor que teníais al linaje humano. Gloria os sea dada, mi Señor Jesucristo, que vendido por vuestro discípulo y comprado por los judíos, fuisteis preso por causa nuestra, y con una sola palabra arrojasteis en tierra a vuestros enemigos, en cuyas inmundas y rapaces manos os entregasteis después por vuestra voluntad.
Bendito seáis Vos, mi Señor Jesucristo, que fuisteis llevado a casa de Caifás, y Vos que sois Juez de todos, consentisteis humildemente en ser entregado al juicio de Pilatos. Bendito seáis Vos, mi Señor Jesucristo, que por el juez Pilatos fuisteis enviado a Herodes, y permitisteis que éste se burlara de Vos y os despreciase, y consentisteis en volver a ser conducido ante el mismo juez Pilatos.
Gloria os sea dada, mi Señor Jesucristo, por la burla que padecisteis, cuando vestido de púrpura fuisteis coronado con agudísimas espinas, y porque sufristeis con mucha paciencia que os escupiesen en vuestro glorioso rostro, os taparan los ojos, y con sus malhadadas manos os diesen los inicuos y violentos golpes en vuestras mejillas y cuello. Alabado seáis, mi Señor Jesucristo, que cual inocente cordero permitisteis con grandísima paciencia ser atado a la columna, ser azotado cruelmente, ser conducido y comparecer cubierto de sangre ante el tribunal de Pilatos.
Bendito seáis Vos, mi Señor Jesucristo, que con vuestros benditos oídos quisisteis oír pacientísimamente las injurias y oprobios que os hacían delante de Pilatos, y los gritos del pueblo pidiendo que el ladrón fuera absuelto, y que Vos, inocentísimo Jesús, fuerais condenado. Honra os sea dada, mi Señor Jesucristo, que con todo vuestro cuerpo cubierto de sangre fuisteis condenado a la muerte de cruz, y con sumo dolor la llevasteis en vuestros sagrados hombros conducido furiosamente al lugar de vuestra Pasión, y despojado de vuestras vestiduras, quisisteis ser clavado de este modo en el santo madero.
Inmensa gloria os sea dada, mi Señor Jesucristo, porque humildemente padecisteis por nosotros que los judíos extendieran con cuerdas vuestras venerables manos y pies, y con clavos de hierro los sujetaran en el madero de la cruz, os llamasen también traidor, y poniendo sobre vuestra cabeza un rótulo para denigraros, se burlasen de vos de muchas maneras y con sus nefandas palabras.
Alabanza eterna y acción de gracias os sean dadas, mi Señor Jesucristo, que con tan gran mansedumbre padecisteis por nosotros tan crueles dolores. Pues cuando en la cruz se agotaron todas las fuerzas a vuestro bendito cuerpo, obscurecíanse vuestros amorosos ojos; por falta de sangre cubríase de palidez vuestro bellísimo rostro; abrasábase y estaba seca vuestra bendita lengua; vuestra boca hallábase empapada con una amarguísima bebida; vuestros cabellos y barba estaban inundados con la sangre de las heridas de vuestra santísima cabeza; con grande e intenso dolor separábanse de sus coyunturas los huesos de las manos y de los pies para sostener vuestra queridísima humanidad; rompíanse cruelmente las venas y tendones de todo vuestro bendito cuerpo; y habíais sido azotado tan despiadadamente y herido con tan dolorosas llagas, que así vuestro cutis como vuestra inocentísima carne estaban destrozados de una manera insufrible. Y de esta suerte afligido y lleno de dolores estuvisteis en la cruz, oh mi dulcísimo Señor, y humilde y pacientemente esperasteis con excesiva pena a la hora de la muerte.
Honra perpetua os sea dada, mi Señor Jesucristo, que en medio de tales angustias mirasteis humildemente con vuestros piadosos ojos de amor a vuestra santísima Madre, la cual nunca pecó, ni consintió jamás en el menor pecado, y para consolarla le encargasteis a vuestro discípulo que la custodiase fielmente. Bendición eterna sea dada a vos, mi Señor Jesucristo, que hallándoos en la agonía de la muerte disteis esperanzas de alcanzar la bienaventuranza a todos los pecadores, cuando al ladrón convertido a vos, le prometisteis misericordiosamente la gloria del Paraíso.
Alabanza eterna os sea dada, mi Señor Jesucristo, por cada hora que en la cruz estuvisteis padeciendo crueles angustias y amarguras por nosotros pecadores: porque los agudísimos dolores procedentes de vuestras llagas penetraban de un modo cruel vuestra dichosa alma, y traspasaban inhumanamente vuestro sacratísimo corazón hasta que partiéndose éste, entregasteis felizmente vuestro espíritu, e inclinado la cabeza, os encomendasteis a vos mismo en manos de Dios Padre; y habiendo muerto en el cuerpo, quedasteis del todo frío. Bendito seáis vos, mi Señor Jesucristo que con vuestra preciosa sangre y con vuestra sacratísima muerte redimisteis las almas y las sacasteis misericordiosamente del destierro a la vida eterna.
Bendito seáis Vos, mi Señor Jesucristo, que muerto estuvisteis pendiente en el madero de la cruz y al punto con vuestro poder libertasteis de la cárcel del infierno a vuestros amigos. Bendito seáis Vos, mi Señor Jesucristo, que por salvarnos dejasteis traspasar vuestro costado y corazón, y del mismo costado derramasteis copiosamente vuestra preciosa sangre y agua para redimirnos, y antes de que el juez concediese licencia, no quisisteis que fuera bajado de la cruz vuestro sacratísimo cuerpo.
Gloria os sea dada, mi Señor Jesucristo, porque quisisteis que vuestros amigos bajaran de la cruz vuestro bendito cuerpo, y lo reclinaran en las manos de vuestra afligidísima Madre, y lo envolviera ésta en un sudario, y permitisteis que fuese puesto en un sepulcro, y custodiado allí mismo por soldados. Honra sempiterna os sea dada, mi Señor Jesucristo, que al tercero día resucitasteis de entre los muertos, y os manifestasteis vivo a quienes fue de vuestro beneplácito; y a los cuarenta días en presencia de muchos subisteis también a los cielos, donde colocasteis honoríficamente a vuestros amigos que habíais libertado del infierno.
Júbilo y alabanza eterna os sea dada, mi Señor Jesucristo, que enviasteis el Espíritu Santo a los corazones de vuestros discípulos, y aumentasteis en sus almas el inmenso amor de Dios. Bendito seáis, alabado y glorioso por todos los siglos, mi Señor Jesucristo, que en vuestro reino de los cielos estáis sentado sobre el trono en la gloria de vuestra divinidad, viviendo corporalmente con todos vuestros santísimos miembros que tomasteis de la carne de la Virgen, y así habéis de venir en el día del juicio para juzgar las almas de todos los vivos y muertos; vos que vivís y reináis con el Padre y con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
Tercera oración
En esta oración revelada por Dios a santa Brígida, se alaban encarecidamente todos los miembros del santísimo cuerpo de nuestro Señor Jesucristo y sus virtuosísimos actos corporales.
Señor mío Jesucristo, aunque bien sé que vuestro bendito cuerpo es continuamente alabado y glorificado por la armonía y júbilo de los excelsos ciudadanos celestiales, con todo, porque tengo obligación de daros infinitas acciones de gracias, aun cuando soy persona ignorante e indigna, deseo con todo mi corazón y mi boca dar a todos los miembros de vuestro precioso cuerpo las gracias, alabanza y honra que pueda.
Señor mío Jesucristo, porque verdaderamente sois el Sumo Sacerdote y Pontífice, que primero y antes de todos consagrasteis maravillosamente el pan material convirtiéndolo en verdadero y bendito Cuerpo, para alimentarnos con el manjar de los ángeles; sea, por tanto, vuestro glorioso asiento sacerdotal a la diestra de Dios vuestro Padre en vuestra dichosa y bendita divinidad por eternidad de eternidades. Amén.
Señor mío Jesucristo, verdaderamente sois cabeza de todos los hombres y ángeles, y digno Rey de reyes y Señor de los señores, que todas vuestras obras las hacéis por verdadero e inefable amor; y porque humildemente permitisteis que vuestra bendita cabeza fuese coronada de espinas; por tanto, benditos sean vuestra cabeza y cabellos, sean gloriosamente adornados con diadema imperial, y obedezcan por siempre a vuestro poder e imperio el cielo, la tierra y el mar, y todas las cosas creadas. Amén.
Señor mío Jesucristo, porque vuestra esplendorosa frente nunca se apartó de la recta justicia y verdad, bendita sea, pues, ella, y alábenla por siempre todas las criaturas en la regia y triunfal gloria. Amén.
Señor mío Jesucristo, porque con vuestros brillantes y piadosos ojos miráis benignamente a todos los que con verdadero amor de Dios os piden gracia y misericordia; benditos sean, por tanto, vuestros ojos y párpados y vuestras gloriosas cejas, y toda vuestra amable y honestísima vista sea continuamente glorificada por todo el celestial ejército de los moradores de lo alto. Amén.
Señor mío Jesucristo, porque con vuestros benignos oídos oís y escucháis de buena gana a todos los que humildemente os hablan; benditos sean, pues, esos vuestros oídos, y llénense eternamente de toda honra. Amén.
Señor mío Jesucristo, porque vuestras benditas y suavísimas narices no se arredraron con el hedor del corrompido cadáver del difunto Lázaro, ni tampoco con el horrible hedor que espiritualmente salía del traidor Judas cuando os besó, benditas sean vuestras preciosas narices, y denles todos eternamente olor de suavidad y de alabanza. Amén.
Señor mío Jesucristo, porque muchísimas veces predicasteis con vuestra boca y con vuestros benditos labios palabras de vida y de doctrina para nuestra salud corporal y espiritual, y para instruirnos en la fe; benditas sean, pues, vuestra dulcísima boca y vuestros labios por cada palabra salida de ellos. Amén.
Señor mío Jesucristo, porque con vuestros purísimos dientes mascasteis con la mayor moderación el manjar corporal para el sustento de vuestro bendito cuerpo; sean benditos y honrados vuestros dientes por todas vuestras criaturas. Amén.
Señor mío Jesucristo, porque vuestra lengua nunca se movía para hablar, ni estaba callada, sino puntual y provechosamente lo que había sido dispuesto en vuestra divinidad; bendita sea, pues, esta vuestra lengua. Amén.
Señor mío Jesucristo, porque según vuestra edad tuvisteis decorosamente una hermosa barba en vuestro bello rostro; sea siempre llena de veneración y adorada esa vuestra venerable barba. Amén.
Señor mío Jesucristo, bendita sea vuestra garganta, vuestro estómago y entrañas, y perpetuamente sea honrado todo vuestro sagrado interior, porque en su debido orden dieron decorosamente alimento a vuestro precioso cuerpo, y sustentaron vuestra vida corporal para la redención de las almas y alegría de los ángeles. Amén.
Señor mío Jesucristo, a quien con razón llaman todos guía, porque llevasteis en vuestros sagrados hombros y cuello la pesada carga de la cruz, antes que con vuestro poder violentarais las puertas del infierno y llevaseis al cielo las almas de los escogidos; por tanto, a vuestro bendito cuello y hombros, que sostuvieron esa carga, dese honra y gloria eternamente sin fin. Amén.
Señor mío Jesucristo, porque vuestro bendito corazón, regio y magnánimo, nunca por tormentos, ni terrores, ni halagos, pudo dejar de defender vuestro reino de verdad y justicia, ni en nada excusasteis derramar vuestra preciosísima sangre, sino que con grandioso corazón luchasteis fielmente en defensa de la ley y de la justicia, y tanto a vuestros amigos como a vuestros enemigos predicasteis valerosamente los mandamientos de la ley y los consejos de la perfección, y muriendo en defensa de ellos con vuestros santos seguidores, alcanzasteis en la lucha la victoria; justo es, pues, que siempre sea ensalzado en el cielo y en la tierra vuestro invencible corazón, y que continuamente lo alaben con triunfal honra todas las criaturas y jerarquías. Amén.
Señor mío Jesucristo, de buena voluntad exponen su vida en la guerra los soldados valerosos y los fieles servidores de este siglo, para que sus señores disfruten una sana y próspera vida; pero vos, oh mi buen Señor, corristeis apresuradamente a la muerte de cruz, para que vuestros siervos no perecieran de un modo miserable; por lo cual es justo que todos vuestros siervos a quienes libertasteis de esa manera, adoren por toda la eternidad vuestro glorioso e intrépido pecho, y lo alaben también humildemente los coros de los ángeles. Amén.
Señor mío Jesucristo, que con vuestras veneradas manos y brazos superasteis maravillosamente las fuerzas de Sansón, cuando sufristeis con paciencia que fuesen clavados en el madero de la cruz, y de este modo arrebatasteis violentamente del infierno a vuestros amigos; por esto mismo cuantos habéis redimido, den a esos miembros vuestros continua reverencia, alabanza perdurable y gloria sempiterna. Amén.
Señor mío Jesucristo, bendigan y alaben por siempre vuestras preciosas costillas y espalda todos los que padecen trabajos espirituales o de la tierra, porque desde vuestra infancia hasta la muerte constantemente trabajasteis por nuestra redención, y llevasteis en vuestras espaldas nuestros pecados con sumo dolor y fatiga. Amén.
Señor mío Jesucristo, pureza suma, y verdadera limpieza, bendita sea vuestra inocentísima virginidad y sea alabada sobre toda la limpieza angélica que hay en los cielos, y sobre la pureza de todos los que en el mundo guardaron castidad y virginidad; porque la castidad y virginidad de todos no pueden compararse con vuestra infinita limpieza y pureza. Amén.
Señor mío Jesucristo, veneren y humildemente honren todas las criaturas del cielo y de la tierra vuestras rodillas con vuestras corvas y canillas sobre todos aquellos que doblando las rodillas delante de sus señores y maestros, les muestran honor y reverencia; porque Vos, Señor de todos, doblabais con mucha humildad vuestras rodillas delante de vuestros discípulos. Amén.
Señor mío Jesucristo, Maestro bueno, sean benditos y eternamente adorados vuestros beatísimos pies, porque con gran dolor vuestro anduvisteis en este mundo con los pies descalzos un camino más áspero que el que enseñasteis a los demás, y permitisteis al fin que por nosotros estuviesen traspasados en la cruz con duros clavos; Vos, que vivís y reináis con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.
Cuarta oración
En esta oración revelada por Dios a santa Brígida, se alaban muy devota y encarecidamente todos los miembros del glorioso cuerpo de la Virgen María, y sus virtuosos hechos corporales.
Oh Señora mía, Reina del cielo, Madre de Dios: aunque de positivo sé que toda la corte celestial con melodioso júbilo está alabando continuamente en el cielo vuestro glorioso cuerpo; por indigna persona que yo sea, deseo con todo mi corazón dar en la tierra todas las alabanzas y gracias que puedo a todos vuestros preciosos miembros. Por tanto, oh Señora mía, Virgen María, sea alabada vuestra cabeza con vuestros cabellos, adornada con la diadema de la gloria, porque son más claros que la luz del sol; pues así como no pueden contarse los cabellos de la cabeza, igualmente son innumerables vuestras virtudes. Oh Señora mía, Virgen María, sean alabados sobre la blancura de la luna vuestra frente y honestísimo rostro, porque ningún fiel os miraba en este tenebroso mundo, que de veros no sintiera infundírsele algún consuelo espiritual.
Bendita seáis Vos, Señora Mía Virgen María, cuyas cejas con los párpados exceden a los rayos solares en el esplendor de claridad. Benditos sean vuestros modestísimos ojos, oh Señora mía Virgen María, que nada deseaban de las cosas transitorias que veían en este mundo, porque cuantas veces levantabais vuestros ojos, su vista excedía delante de toda la corte celestial a la claridad de las estrellas.
Oh Señora mía Virgen María, sean alabadas vuestras beatísimas mejillas sobre la belleza de la aurora que hermosamente nace de color rojo y blanco; así también, mientras estuvisteis en este mundo, vuestras preciosas mejillas relucían con esplendor de claridad delante de Dios y de los ángeles, porque nunca las mostrasteis por vanagloria o pompa del mundo.
Oh Señora mía Virgen María, reciban veneración y honra vuestros oídos honestísimos sobre todas las fuerzas del mar, y sobre el movimiento de todas las aguas, porque luchaban varonilmente vuestros oídos contra toda la impura corriente de lo que en el mundo se oye. Oh Virgen María Señora mía, gloríese vuestro suavísimo olfato, que por virtud del Espíritu Santo nunca recogió ni exhaló la respiración, sin que todo vuestro pensamiento estuviese siempre puesto en el Altísimo, y aun cuando dormíais, jamás apartabais de él vuestra voluntad. Dese, pues, siempre olor de suavidad, de honra y de alabanza a ese vuestro olfato con vuestra preciosísima nariz, sobre la olorosa mezcla de todos los aromas y de todas las hierbas que suelen arrojar de sí deliciosa fragancia.
Oh Señora mía Virgen María, alabada sea sobre todos los árboles fructíferos vuestra lengua, gratísima a Dios y a los ángeles, porque toda palabra que profirió vuestra lengua, no dañó jamás a nadie, y siempre redundó en beneficio de alguno: era, pues, vuestra prudentísima lengua más dulce a todos para oír, que ningún dulcísimo fruto para gustar. Oh Reina y Señora mía Virgen María, alabada sea vuestra bendita boca con vuestros labios, sobre la amenidad de las cosas y de todas las flores, y especialmente por aquella bendita y humildísima palabra que con vuestra preciosa boca respondisteis al ángel de Dios, cuando el mismo Dios quiso por medio de vos cumplir en el mundo su voluntad anunciada por los Profetas, y en virtud de esa palabra disminuisteis en el infierno el poder de los demonios, y restaurasteis honrosamente en el cielo los coros de los ángeles.
Oh Virgen María, Señora y consuelo mío, sea perpetuamente honrado vuestro cuello con vuestros hombros y espaldas, sobre la hermosura de todos los lirios, porque nunca inclinasteis ni levantasteis esos miembros sino por algo útil o de honra de Dios; pues a la manera que el lirio se mueve y se inclina a impulso del viento, así todos vuestros miembros se movían por inspiración del Espíritu Santo.
Oh Señora mía, virtud y dulcedumbre mía, benditos sean vuestros sacratísimos pechos sobre todas las dulcísimas fuentes de aguas, porque como el agua que de las mismas brota, da consuelo y alivio al sediento, así vuestros sagrados pechos sustentando al Hijo de Dios, nos dieron a los menesterosos el consuelo y la medicina. Oh Señora mía Virgen María, bendito sea vuestro preciosísimo seno, sobre el purísimo oro, porque cuando llena de dolores estuvisteis al pie de la cruz de vuestro Hijo, sentisteis ser fuertemente oprimido como en dura prensa vuestro glorioso seno con el sonido de los martillos; y aunque amábais cordialmente a vuestro Hijo, quisisteis más padecer aquella amarguísima pena a fin de que muriese para redimir las almas, que si perdidas éstas, se apartara de él aquella muerte; y de esta manera permanecisteis firmísima en la virtud de la constancia, cuando en todas las desgracias os conformasteis enteramente con la voluntad de Dios.
Oh Señora mía, alegría de mi corazón, Virgen María, sea venerado y glorificado vuestro reverendísimo corazón, porque para la honra de Dios era tan ardiente sobre todas las criaturas del cielo y de la tierra, que la llama de su amor subió hasta Dios Padre en lo más excelso de los cielos; por lo cual bajó del Padre a vuestro glorioso vientre con el fervor del Espíritu Santo el Hijo de Dios, quien a pesar de esto no se apartó del Padre, aunque según estaba ya dispuesto por Dios, se hizo hombre de un modo muy honesto en vuestras virginales entrañas.
Oh Señora mía, fecundísima y purísima Virgen María, bendito sea vuestro beatísimo vientre, sobre todos los campos que producen frutos, porque como la semilla que cae en buena tierra da a su dueño ciento por uno de fruto, así vuestro virginal y fecundísimo seno dio a Dios Padre un bendito fruto de más de mil por uno; y como con la fértil abundancia de los frutos del campo se gloría el dueño y también los pajarillos y animales se apacienten alegremente, así con el bendito y fértil fruto del jardín de vuestro vientre es en gran manera honrado Dios en el cielo, congratulándose los ángeles, y los hombres se sustentan y viven abundantemente en la tierra.
Oh Señora mía Virgen prudentísima, sean alabados eternamente vuestros sacratísimos pies, sobre todas las raíces que den continuo fruto; sean, pues, benditos vuestros pies, que llevaban encerrado en vuestro cuerpo al Hijo de Dios, glorioso y dulcísimo fruto, quedando además incorrupto vuestro cuerpo, y permaneciendo siempre ilesa vuestra virginidad. ¡Cuán honestamente marchaban vuestros sacratísimos pies! Cada paso que dábais agradaba al Rey del cielo, y era de alegría y júbilo para toda la corte celestial.
Oh Señora mía Virgen María, Madre de todos; sea por siempre alabado Dios Padre, juntamente con el Hijo y con el Espíritu en su incomprensible majestad por ese sacratísimo santuario de todo vuestro cuerpo, en el cual descansó suavísimamente el Hijo de Dios, a quien alaba en los cielos todo el ejército de los ángeles, y toda la Iglesia adora respetuosamente en la tierra.
Oh Señor mío, mi Rey y mi Dios, perpetuo honor, eterna alabanza, bendición y gloria con infinita acción de gracias os den, porque creasteis esa tan dignísima y honestísima Virgen, y la escogisteis por vuestra Madre, todas las criaturas del cielo y de la tierra que han recibido de ella algún favor, y las del purgatorio que han experimentado su consuelo y ayuda, y a Vos, Señor, que reináis con Dios Padre en unidad del Espíritu Santo, y sois Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.
Nota de la redacción de vidasacerdotal.org: hemos usado la versión española del libro “Celestiales revelaciones de Santa Brígida”, editado por un religioso piadoso (sin citar el nombre), editorial Apostolado de la Prensa, Madrid 1901, pp. 545-560. Hemos adaptado esta versión a la ortografía contemporánea.