Vida Sacerdotal - El celibato sacerdotal

El celibato, signo de contradicción

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Importa tener clara la idea de que los tiempos de crisis del celibato coinciden también con tiempos de crisis del matrimonio. Actualmente no solo se ven grietas en el celibato -que gracias a Dios disminuyen de día en día-, sino que el matrimonio como base de nuestra sociedad es cada vez más frágil y el esfuerzo por vivir bien ese estado no deja de ser también pequeño. Si se aboliera el celibato se pasaría a la separación de matrimonios y se añadiría un nuevo problema. De esto sabe bastante la Iglesia Evangélica. Lo que sí es cierto es que las altas formas de vida que se dan en la existencia humana conllevan también grandes riesgos. De todas formas, hay que recordar que la inmensa mayoría de los sacerdotes viven con profundidad su fe y son fieles a los compromisos libremente contraídos.

Por eso no es de extrañar la propuesta de algunos sacerdotes de Gerona reclamando la abolición del celibato, la ordenación de mujeres y muchas cosas más dirigidas todas a la aniquilación de la Iglesia en sus propias raíces. Son los ramalazos de una progresía que se resiste a morir y que en su propia falta de vocaciones encuentra su más “infecunda respuesta”.

La cuestión es tan vieja que ya en el año 1992 el arzobispo de Fulda (Alemania), Johannes Dyba, escribía en el “Frankfurter Allgemeine Zeitung” una serie de ideas que por sabias gozan de perenne actualidad y que no me resisto a transcribir:

«Últimamente -decía el arzobispo-, muchos representantes de la Iglesia han creído que su obligación era precisar que el celibato no es ningún dogma, sino “sólo” un mandamiento de Derecho eclesiástico.

Efectivamente, es cierto que la cuestión del celibato es una decisión de la Iglesia. Esto sólo nos autoriza a no omitir conscientemente dos puntos decisivos. Primero: Hay argumentos a favor de que el sacerdote no se case y hay argumentos en contra. Pero la decisión ha de tomarse sólo una vez, porque una interminable discusión sobre el celibato hace que los despistados confundan el fundamento de su decisión vital. El que quiere discutirlo sin fin se está conformando con que su seminario se vacíe antes de que él haya llegado a una conclusión.

Y sabe, en segundo lugar, que en realidad esa decisión ya hace tiempo que se tomó. El Concilio Vaticano II, tan recordado por las voces críticas, se pronunció en favor del celibato por la abrumadora mayoría de 2.390 votos a 4 (...). En parecidos términos se pronunció el Sínodo de los Obispos de 1971 y Juan Pablo II en repetidas ocasiones.

Por eso, el que hoy en día presenta el celibato en la Iglesia católica como una cuestión abierta está construyendo castillos en el aire. (...) Naturalmente, el sentido del celibato se revela sólo al creyente, y más directamente al que ha experimentado el encuentro con Dios y su llamada. Cuando hablamos del celibato con personas sin esa trayectoria de fe es como si discutiéramos sobre Rembrandt con ciegos o sobre Beethoven con sordos. Por tanto, debemos permanecer en la confrontación y mantener sin concesiones esta tensión sin intentar escaparnos tendiendo falsos puentes al espíritu de este mundo. (...)

La situación de la Iglesia en Alemania me proporciona casi a diario una impresión de déjà vu, pues se parece a la letra a la de la Iglesia holandesa de hace veinticinco años. (...) En 1966, en el arzobispado de Utrecht todavía hubo 26 ordenaciones. En 1991, después de largos años consagrados al debate sobre el celibato y totalmente perdidos para la ordenación de nuevos sacerdotes, vuelve a haber dos. El ejemplo de Holanda muestra que el fracaso de una generación de obispos puede diezmar a la Iglesia. Por eso es el momento de que digamos claramente qué es lo que, como fruto de la Tradición ininterrumpida, el Concilio Vaticano II, la Jerarquía y el Magisterio, como doctrina esencial de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, no está sujeto a discusión; y qué es lo que, por otra parte, todavía se puede mejorar en reuniones conjuntas.

Pero, sobre todo, es el momento de hacer balance final de todas las discusiones eclesiales. ¿No es hora de que dejemos ya de mirarnos al ombligo y volvamos a mirar al cielo? Durante décadas hemos discutido sobre la cuestión de "¿Qué esperan los hombres de hoy de la Iglesia?" La pregunta lleva a la frustración, porque las esperanzas son muchas y la mayor parte incluso contradictorias entre sí; y, por supuesto, no podemos responderlas de forma definitiva. Pero esa no es en absoluto la pregunta decisiva para nuestra vida y nuestro futuro, que reza así: "¿Qué espera Dios de los hombres de hoy?», concluía el arzobispo.

Juan Pablo II ya señalaba en diciembre de 1992 en un encuentro con los presidentes de las Conferencias episcopales de Europa celebrado en el Vaticano que la crisis de vocaciones sacerdotales no se podía traducir en desesperanza, ni debía llevar a crear un clima de desaliento en torno a la vocación sacerdotal en el celibato: “Es necesaria por nuestra parte la plena confianza en Dios, dador de los bienes espirituales”, decía Juan Pablo II, y añadía: “Es cierto que la Iglesia estima las otras tradiciones que no exigen el celibato, pero quiere permanecer fiel al carisma que ha recibido de su Señor. Esta fidelidad y nuestra ardiente plegaria abrirán el camino al sacerdocio, incluso en las condiciones más desfavorables”.

Fidelidad pide Juan Pablo II, al hablar del celibato. “Por ello -concluía, en plegaria a Dios-, pedimos no ceder a la duda, no sembrar la incertidumbre en los demás, ni convertirnos en propugnadores de opciones diferentes o de una espiritualidad para la vida y el ministerio sacerdotal que no sea la que Tú, Señor, nos indicas”.

Por otra parte, las dificultades a las que aludía el Papa en ese año ya se van superando y hoy en día hay un aumento de vocaciones sacerdotales.

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