El cuadro de Caravaggio “Los discípulos de Emaús” representa la escena que cuenta el evangelio de San Lucas: el momento en que al partir el pan “se les abrieron los ojos y le reconocieron” (Lc 24, 31). El gesto de Jesús, con su rostro iluminado, provoca el asombro de los dos discípulos que le flanquean: el de la izquierda tuerce el codo para apoyarlo en la silla, como para levantarse por la estupefacción; el de la derecha, también atónito, extiende sus brazos repentinamente casi en forma de cruz. Mientras tanto, el posadero, de pie a la izquierda de Jesús, observa con atención, pero no comprende lo que sucede: ni el gesto de Jesús ni el asombro de sus discípulos. Viene a ser como un “gentil” interesado que quizá se pregunta por quién y qué está haciendo ese “desconocido.”
Rememorando la gran explanada que rodeaba al templo de Jerusalén, Benedicto XVI expresó, en su discurso a la Curia romana el 21 de diciembre, la conveniencia de que en la Iglesia se abriera algo así como un “patio de los gentiles”, como un espacio previo al santuario en que se adora a Dios. Manifestaba de este modo su preocupación por los “buscadores de Dios”, por aquellos que en otra ocasión ha llamado: los que podrían aceptar a Dios al menos como “el Desconocido”. A la vez, espoleaba a los creyentes a buscar fórmulas de acercamiento, abriendo las puertas a tantas personas que, por diversos motivos, no se han encontrado aún con Cristo.
En su recién publicado mensaje para la Jornada de las Comunicaciones Sociales (que se celebrará el 16 de mayo de 2010), vuelve sobre aquella comparación. Sugiere que el mundo digital puede ser uno de esos lugares o umbrales por los que puedan entrar los buscadores de Dios, con tal de que esos espacios estén, en efecto, abiertos: “Quizá sea posible imaginar que podamos abrir en la red un espacio -como el ‘patio de los gentiles’ del Templo de Jerusalén- también a aquéllos para quienes Dios sigue siendo un desconocido”.
Con todo, la mayor novedad del mensaje es que se dirige a los sacerdotes. Nada extraño si se tiene en cuenta que estamos en un Año sacerdotal. Los nuevos medios ofrecen “al sacerdote nuevas posibilidades de realizar su particular servicio a la Palabra y de la Palabra”. No sólo es una oferta de posibilidades, sino una clara invitación a que los sacerdotes los utilicen para su labor evangelizadora. “Su reciente y amplia difusión, así como su notable influencia, hacen cada vez más importante y útil su uso en el ministerio sacerdotal”.
Insiste el Papa en que “con la difusión de esos medios, la responsabilidad del anuncio no solamente aumenta, sino que se hace más acuciante y reclama un compromiso más intenso y eficaz. A este respecto, el sacerdote se encuentra como al inicio de una ‘nueva historia’, porque en la medida en que estas nuevas tecnologías susciten relaciones cada vez más intensas, y cuanto más se amplíen las fronteras del mundo digital, tanto más se verá llamado a ocuparse pastoralmente de este campo, multiplicando su esfuerzo para poner dichos medios al servicio de la Palabra”.
Posibilidad importante, útil, acuciante, comprometida, llamada que exige esfuerzo. Esto es una gran verdad. Cuántas veces ante el ordenador, el sacerdote se preguntará si vale o no la pena escribir sobre aquello que, sin embargo, le viene una y otra vez a su espíritu, quizá como señal de que Dios le pide ese “esfuerzo suplementario” de sacar el tiempo cuando parece que ya no queda más tiempo.
Claramente se advierte que no se trata de estar presentes por estar presentes en la red, sino de un instrumento que pueden y deben usar para su ministerio. Así -afirma- “deben anunciar el Evangelio valiéndose no sólo de los medios tradicionales, sino también de los que aporta la nueva generación de medios audiovisuales (foto, vídeo, animaciones, blogs, sitios web), ocasiones inéditas de diálogo e instrumentos útiles para la evangelización y la catequesis”.
Tres condiciones apunta para esta tarea: “un uso oportuno y competente de tales medios”; “una sólida preparación teológica”; y “una honda espiritualidad sacerdotal, alimentada por su constante diálogo con el Señor”.
Por tanto estamos ante una posibilidad fascinante y al mismo tiempo un reto, porque nadie da lo que no tiene. Pero sobre todo hay, en el texto, una exhortación a echar la red en el mar digital. Y no como quien pide un favor, sino que al sacerdote “le corresponde ofrecer a quienes viven éste nuestro tiempo ‘digital’ los signos necesarios para reconocer al Señor; darles la oportunidad de educarse para la espera y la esperanza, y de acercarse a la Palabra de Dios que salva y favorece el desarrollo humano integral”.
De este modo, deduce con expresión antológica, “la Palabra podrá así navegar mar adentro hacia las numerosas encrucijadas que crea la tupida red de autopistas del ciberespacio, y afirmar el derecho de ciudadanía de Dios en cada época, para que Él pueda avanzar a través de las nuevas formas de comunicación por las calles de las ciudades y detenerse ante los umbrales de las casas y de los corazones y decir de nuevo: ‘Estoy a la puerta llamando. Si alguien oye y me abre, entraré y cenaremos juntos’ (Ap 3, 20)”. Benedicto XVI escribe todo esto con seguridad, como quien nos dijera: “Echad la red a la derecha de la barca, y encontraréis”. Es lógico, porque el sacerdote vive con su mundo y en él está llamado a ejercer su tarea. Como un Caravaggio actual, puede representar, de muchas maneras, el asombroso y único acontecimiento de Cristo.
Ramiro Pellitero,
Instituto Superior de Ciencias Religiosas,
Universidad de Navarra
Fuente: www.religionconfidencial.com, 26-I-10