Al norte de Pekín, en un pueblo del interior de China, un sacerdote español da clases de Teología en una antigua fábrica de helados. Son las dos de la madrugada.
Los alumnos se beben sus lecciones sobre el Catecismo de la Iglesia, porque saben que en mucho tiempo no volverán a escuchar algo así.
Acabada la reunión, cada uno regresará a su casa y al día siguiente acudirá al trabajo como uno más. Sólo ellos, y un puñado de fieles, sabe que son seminaristas de la Iglesia perseguida de China. Por su parte, Esteban Aranaz, el profesor, cogerá su guitarra y seguirá “visitando” el país en calidad de “músico”.
En su gira por China, le esperan muchos “conciertos”: clases a seminaristas, ejercicios espirituales a religiosas, Misas a pequeñas comunidades, visitas a sacerdotes... “Casi siempre de noche, cuando la Policía ya no vigilaba. ¿Miedo? Es extraño, pero no, nunca he tenido miedo”.
Esteban Aranaz es un sacerdote diocesano que pertenece a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, asociación fundada por San Josemaría Escrivá, y unida al Opus Dei.
Durante seis años ha vivido en Taiwán y viajado con frecuencia a China. Ahora, regresa a España para ser rector del Seminario Mayor de la diócesis de Tarazona a la que pertenece.
¿Cómo se le ocurrió cambiar Tarazona por Taiwán?
El Señor me lo fue sugiriendo poco a poco. Nos llegaban noticias de una religiosa de nuestra diócesis que vivía en un convento de clausura en Taiwán, y quedaba claro que allí tanta gente no conoce aún a Cristo...
Fue en la Navidad de 1999 cuando invité a mi parroquia a un joven chino amigo mío. Su situación legal en España y laboral no era muy buena. Yan no era cristiano pero su carácter sincero y generoso fortaleció nuestra amistad.
El día de Nochebuena estábamos en la iglesia y me ayudó a preparar algunas cosas para la Misa de medianoche. Mi amigo, al ver la imagen del Niño Jesús, me dijo que ese Niño “le decía” tres cosas: Uno, Él viene del cielo, no es como nosotros; dos, como es pequeño tiene una Madre que lo quiere mucho; tres, sus brazos están abiertos porque nos quiere a todos.
Yo había pensado como explicarle el sentido de la Navidad, pero no fue necesario. Sus palabras me impresionaron mucho por su sencillez y profundidad y pensé: “Cuántos en China no te conocerán, Jesús”. Desde aquel momento en mi corazón nació una inquietud grande por ir a China.
Comencé a pensarlo en serio cuando Juan Pablo II el año 2000 nos animó a ser valientes en nuestro apostolado. “Duc in altum! ¡Remad mar adentro!”, decía. Aquello resonaba en mi cabeza constantemente. Asimismo, me movió la carta que el Prelado del Opus Dei escribió también con motivo del 2º milenio, alentando a sus hijos a tener “metas apostólicas más audaces”.
Pero si usted ya era sacerdote...
Ya, sin embargo, sabía que no era suficiente. Tenía que decidirme.
Así que en un viaje que hice a Roma, estuve rezando ante una reliquia de san Francisco Javier, un santo que lo dejó todo por Asia. Allí, pedí al Señor: “Dame una señal clara para saber que quieres que me vaya a China. No es una decisión fácil”.
Y nada más salir de la iglesia ya en la calle, una religiosa oriental se dirigió a mi y tras saludarme, me pidió: “Por favor, rece por mi país: China”.
“No sabe cuánto, hermana”, le respondí helado. Era la señal que esperaba, ya no había marcha atrás.
Cuando lo planteé a mi Obispo, me apoyó completamente: “No puedo negarme a un servicio que será para la Iglesia universal”, me dijo, y se lo agradeceré siempre.
¿Cómo fueron los inicios?
Difíciles, claro. Durante dos años mi día se redujo a celebrar la Misa, estudiar chino y hacer mis normas de piedad, como el rosario o la oración. Disfrutaba mucho de la Misa, porque entonces comprendí que era lo más valioso que podía vivir en mi día. Como no podía hacer otra cosa, yo rezaba y rezaba por aquella gente con la que aún no podía comunicar.
¿Sufrió mucho la soledad?
No, nunca me he sentido solo. Como sacerdote de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, acudía al centro del Opus Dei de Taipei a recibir los medios de formación y dirección espiritual. Allí encontraba fuerzas para no desanimarme. También la oración de mi familia y tantos amigos era una certeza que me animaba interiormente.
Finalmente, a los dos años, el arzobispo de Taipei me encargó una parroquia de 120 personas: Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa (una devoción que gustaba mucho a san Josemaría). “¿A quién ayudaré?”, le pregunté. “Usted será el único párroco”, me dijo. Fui con una gran ilusión.
¡Las primeras homilías en chino fueron desastrosas! Pero gracias a Dios, los fieles eran muy comprensivos y me ayudaron muchísimo.
¿Cómo es la fe de los taiwaneses?
Hay que saber que en Taiwán, un país con 23 millones de personas, sólo el 1% de la población es católica. Pero están muy orgullosos, hay un gran sentido de pertenencia a la Iglesia.
Durante estos años, hemos tenido 32 conversiones. Recuerdo con especial afecto a un hombre, que con 58 años le diagnosticaron un cáncer. Su familia era católica, pero él siempre había permanecido en el paganismo. Me llamaron para que fuera al hospital: “Quiere bautizarse”. Recuerdo que le iba preguntando las verdades de la fe –“¿Crees en Dios Padre...? ¿crees en Dios Hijo...?”- y él respondía con fuerza agarrando mi crucifijo: “¡Sí, creo!”. Cuando me iba a marchar, me pidió la cruz: “Ya sólo esto me consuela”, dijo. Murió al poco tiempo con mucha paz.
En mis viajes a ver enfermos, me acordaba mucho de san Josemaría, cuando preparó la fundación del Opus Dei consolando moribundos en Madrid. ¡Me conozco todos los hospitales de Taipei! En ellos he administrado la unción, he bautizado ¡y hasta casado!
¿Y cómo explican la fe a quienes no creen?
Los taiwaneses por lo general son muy respetuosos con la fe, por eso es posible manifestarla. Desde hace tres años, organizamos la procesión del Corpus Christi por las calles más céntricas de la ciudad. Los feligreses preparan una alfombra de arroz de varios colores con dibujos. Es una ocasión para explicar la Eucaristía.
Con motivo de la Navidad, quise poner un belén en un lugar público. Esa tradición es una oportunidad para hablar de Cristo. Junto a la parroquia está la sede de uno de los bancos más importantes del país. En la entrada del rascacielos, se abre un pequeño jardín: era el lugar perfecto. Pedí a dos fieles que me acompañasen a hablar con algún responsable. Antes de entrar, rezamos un avemaría para que todo saliera bien. Era 12 de diciembre fiesta de la Virgen de Guadalupe.
Bueno, pues no sólo pudimos llegar a hablar con el encargado del edificio, sino que nos dio inmediatamente el permiso y además ¡nos pagó toda la instalación!
Estaban muy sorprendidos con una tradición religiosa así. Desde entonces el nacimiento se instala todos los años en ese mismo lugar y es una catequesis preciosa.
Pero su intención inicial era ir a China...
¡Y pude ir! Cuando aprendí suficientemente el chino, contacté con algunas comunidades de la Iglesia perseguida o “underground” y pude ir a visitarles. Llegué a visitar cristianos que viven al norte de la Muralla china.
Tras conocerles, puedo decir que no he visto una fe más pura que la de los católicos perseguidos en China. Es una fe purificada por la Cruz, por el sufrimiento. Me han enseñado mucho. Por ejemplo, cuando celebrábamos la Eucaristía de madrugada en una casa, la piedad de aquellas personas me conmovía. La Misa es realmente para ellos un tesoro.
Un obispo que ha sufrido la cárcel y que ahora está en arresto domiciliario, me dijo: “Para que la Iglesia salga adelante en China mis preocupaciones son tres: que no tengamos miedo, que seamos fieles y que se formen bien nuestros sacerdotes. El resto, se solucionará”.
Este obispo impulsa un orfanato con 72 niños discapacitados y enfermos que ha ido recogiendo en las calles. Él, y en general los sacerdotes en China, son heroicos.
¿Cómo se puede ayudar a la Iglesia en China?
Con oración.
Tal cual.
Pero no basta rezar por la Iglesia. También hay que rezar por las autoridades del país, para que se conviertan.
Además, se puede ayudar económicamente a la formación de los sacerdotes chinos que pueden llegar a Europa. Yo impulso la fundación “Guan Ming” (Claridad), que suministra libros a los seminarios clandestinos. Recientemente, les hemos podido enviar un ejemplar de la primera traducción al chino de las obras completas de Santo Tomás, la Summa Theologica y otros materiales.
¿Y ahora?
El obispo de mi diócesis originaria en España ha erigido un seminario y me ha nombrado Rector. Así que vuelvo a Tarazona a continuar sirviendo a la Iglesia. Yo dejo China, pero mi corazón, no.
Fuente: Opusdei.es