La Congregación para el Clero también ha convocado un simposio especial conmemorativo del Decreto Presbyterorum ordinis, dedicado al ministerio y vida de los sacerdotes. Con tal ocasión, el cardenal Darío Castrillón, prefecto del dicasterio, ha concedido una entrevista al director de Palabra sobre la asimilación del decreto en estas cuatro décadas desde su publicación.
—Eminencia, el 7 de diciembre se cumplen cuarenta años de la promulgación de Presbyterorum ordinis. ¿Cuáles han sido sus frutos para los sacerdotes y para la Iglesia?
—Efectivamente, hace ahora 40 años con una votación casi unánime de los Padres -sólo 4 sobre 2394 votaron en contra- el Concilio Vaticano II promulgó el Decreto Presbyterorum ordinis, que alguien ha definido la "Carta Magna" del sacerdocio para nuestro tiempo.
En estos cuarenta años sucesivos a su promulgación, el pensamiento de los Padres conciliares guiados por el Espíritu Santo ha iluminado la vida y la acción de los sacerdotes. La Iglesia no ha dejado de ocuparse de ellos. Así, la Congregación para el Clero ha publicado diversos documentos, comenzando por el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros del 31 de enero de 1994. En este mismo mes de diciembre, ha organizado en Roma, junto con la Universidad Lateranense, un Congreso para reflexionar, a cuarenta años de la Presbyterorum ordinis, sobre los presbíteros como pastores y hermanos en medio de los hombres.
Toda la gran riqueza de doctrina y de sabiduría pastoral posterior el Concilio encuentran su fundamento inmediato en la Presbyterorum ordinis por su autoridad magisterial y por ser fuente primordial de toda la doctrina subsiguiente. El Decreto del Concilio Vaticano II sobre los presbíteros ha sido providencial para los sacerdotes de nuestro tiempo. Se trata de un texto que pone de manifiesto, claramente, cual es la naturaleza propia e inmutable del sacerdocio ministerial en la Iglesia, pero, al mismo tiempo, en qué modo esta naturaleza inmutable debe responder a las exigencias concretas de los hombres y mujeres para quienes ese ministerio, aquí y ahora, en concreto se ejerce.
In persona Christi
— ¿Podría, Eminencia, destacar alguna orientación que considere particularmente importante del decreto Presbyterorum ordinis?
—El Decreto Presbyterorum ordinis centra la naturaleza o identidad del presbítero y sus funciones ministeriales en la Persona de Jesucristo, Nuestro Señor, "que el Padre santificó y envió al mundo" (Jn 10,36). Subraya fuertemente que el presbítero es escogido y enviado por Cristo mismo. Es Cristo Jesús quien está presente y operante, en primera persona, en el proceso de sucesión de la función sacerdotal que los Apóstoles trasmitieron a los Obispos y en la transmisión de la misma, por parte de estos últimos, en grado subordinado, a los presbíteros. No renuncia Cristo a ser Él mismo quien elige a algunos de entre los miembros de su Pueblo sacerdotal y a ser Él mismo quien los consagra mediante un sacramento particular, para que cumplan una misión especifica en favor de ese mismo Pueblo sacerdotal y de toda la humanidad.
La sucesión de la función sacerdotal pública forma parte de la constitución misma de la Iglesia, Cuerpo de Cristo; por ello Cristo está presente y operante. La elección que el Señor hace de un fiel -llamándolo al sacerdocio ministerial e incorporándolo a la estructura institucional del orden de los presbíteros, mediante la consagración del Espíritu Santo- lo sella con un carácter y lo configura a Cristo Sacerdote, maestro y pastor de su Iglesia. Dicha configuración le confiere la capacidad para desarrollar, en favor de la comunidad de los creyentes y de todos los hombres, una misión o función instrumental, ejercida "en persona de Cristo Cabeza". Sea cual fuere la modalidad concreta, en la cual se desenvuelve el ministerio sacerdotal, se trata siempre de una configuración ontológica, totalizante de la persona del ministro. Toda su persona, toda su vida, en virtud de tal configuración, viene asumida por Cristo para un solo fin: hacerlo presente y operante a Él mismo, como sumo y Eterno Sacerdote, Cabeza y pastor en medio de su Pueblo sacerdotal para gloria del Padre, en el Espíritu.
Destacaría este aspecto de la doctrina contenida en el Decreto Presbyterorum ordinis porque me parece más necesario que nunca que a los sacerdotes no les falte la convicción profunda de su identidad. Solamente sobre esta convicción profunda de su identidad, el sacerdote de hoy puede ejercitar su ministerio con la perseverancia, la alegría, el optimismo y la serenidad de ánimo de quien se siente "en su sitio".
Totalidad y docilidad
— ¿Cuáles son las consecuencias concretas de este realidad teologal en la vida espiritual del presbítero?
— Parecen claras: empeñarse con todas sus fuerzas, confiando en la gracia de los sacramentos del bautismo y del orden, para llegar a la meta propuesta por el Apóstol: "no soy yo quien vivo; es Cristo quien vive en mí (Ga 2,19).
Esta meta -igual para todos los cristianos- adquiere en el sacerdote una exigencia, una urgencia y tonalidad del todo particular. Son dos las características que quisiera subrayar de la vida espiritual del ministro que el Decreto conciliar coloca en la base de su peculiar camino de santidad y que derivan directamente del haber sido trasformado, mediante el sacramento del orden, en Cristo como sumo y Eterno Sacerdote, en favor de su Pueblo.
La primera es que tal consagración asume, como ya hemos dicho, un carácter de totalidad para la persona del ministro. Los presbíteros son llamados, consagrados y enviados por el Señor a fin que ellos mismos se consagren -totaliter- a la obra para la cual el Señor los tomó. Si el sacerdote vive su sacerdocio de este modo -y no hay otro-, desaparece de su horizonte vital toda mentalidad "funcionalística" tan en boga, hoy, en ciertos ambientes.
La segunda característica es la docilidad hasta el olvido de sí, fruto de la configuración y participación subordinada al ministerio sacerdotal de Cristo. El sacerdote ministerial es un "embajador" "un ministro", "un instrumento", libre y responsable, pero "instrumento". De ahí, la insistencia del Decreto en las virtudes de la humildad y de la obediencia como bases de la caridad pastoral, en "aquellas disposiciones de ánimo por las cuales (los presbíteros) están siempre prontos a buscar no su propia voluntad, sino la voluntad de Aquel que los ha enviado (cf Jn 4,34)".
Sacerdotes, hoy
¿Cómo ve Su Eminencia, en concreto, a los sacerdotes de hoy?
Nuestro tiempo no ofrece muchas facilidades para vivir las exigencias de entrega y do nación que comporta el ministerio sacerdotal. Es un tiempo, en efecto, apasionante desde tan tos puntos de vista, pero caracterizado por diversas formas muy sutiles de manipulación e instrumentalización que tienen la capacidad de llegar y tocar en lo íntimo al hombre-sacerdote. Dificultades, pruebas, tentaciones... que no se quedan a la puerta de la intimidad personal del sacerdote, como del resto de cualquier cristiano que quiera vivir a fondo su vocación bautismal. Pruebas y dificultades que pueden generar entre los sacerdotes perplejidad, dudas, desconcierto y, al final, quizás esterilidad y falta de ilusión en el ministerio. Por otra parte, no se puede olvidar que, en estos años posteriores al Concilio, la Iglesia ha vivido, en sus propias entrañas, el drama del abandono del ministerio por parte de un número no pequeño de sacerdotes.
Situación más serena
—Pero eso va mejorando.
— Hoy, la situación, aun siendo grave, es sin duda más serena y tranquila para todos, hasta el punto que el Santo Padre Juan Pablo II, de feliz memoria, durante la homilía de la solemne Eucaristía del grande Jubileo sacerdotal, celebrada en la plaza de San Pedro el 17 de febrero de 2000, pudo dirigir un saludo lleno de afecto paterno hacia aquellos sacerdotes "que, por diversas circunstancias, no ejercitan más el sagrado ministerio, aun continuando a llevar en si mismos impresa la especial configura con Cristo ínsita en el carácter indeleble del orden sagrado. Rezo también por ellos e invito a todos a recordarles en la oración para que, gracias también a la dispensa regularmente obtenida, mantengan vivo en si mismos el empeño de coherencia cristiana y de comunión eclesial". El Santo Padre Benedicto XVI, en estos pocos meses de ministerio petrino, se ha dirigido ya en diversas ocasiones a los sacerdotes, indicando con toda claridad dónde se encuentra la raíz del sacerdocio católico capaz de hacerlo florecer, superando las crisis de identidad y los "desiertos espirituales" de nuestro tiempo que afligen también a los sacerdotes.
¿Y cómo llevarlo a la práctica?
Hoy el desafío se encuentra en la formación preparatoria al sacerdocio y en la formación permanente. Se trata de afianzar en el corazón de todos los sacerdotes, a lo largo de su vida, la conciencia de la propia identidad desde la voluntad divina de salvación, ya que el sacerdocio ministerial es fruto de la acción sacramental del Espíritu Santo en el seno de la Iglesia, participación en el ser mismo de Cristo Sacerdote y en su acción salvífica, querida por el Padre, en su continua desarrollo a lo largo de la historia.
—Muchas gracias, Eminencia.
Fuente: Revista "Palabra", diciembre de 2005