Quien conoce la proverbial lentitud del Vaticano para resolver sus asuntos no podrá por menos de admitir que ha solventado con gran diligencia el de los curas pederastas; quiero decir de los presuntos curas pederastas, pues ya que ese adjetivo se usa con prodigalidad para todo tipo de delincuentes, incluidos terroristas de más que sólida presunción, no lo voy a regatear yo. Por cierto, que ahora que lo menciono, no recuerdo haber leído nunca "presuntos pederastas" en la prensa, cuando se refiere a los sacerdotes. A ver si alguien toma nota.
Ha sido justamente eso, el derecho a la "presunción" de inocencia, lo que ha dilatado (en este caso, por poco tiempo, insisto) el visto bueno. Una comisión mixta Vaticano-obispos norteamericanos ha aprobado una serie de sugerencias que se han añadido al documento previo elaborado por los prelados estadounidenses. El prefecto de la Congregación para los Obispos, Gianbattista Re, insiste en que la pederastia es "un crimen abominable" y merecedor de "las penas más severas".
Es de esperar que este lamentable episodio sea el último coletazo de la tremenda crisis que ha afectado a la Iglesia en el último tercio del siglo, esa "prueba" de la que, con lenguaje de la ascética tradicional, han hablado los santos, también presentes, a Dios gracias, en estos años. La labor de ellos y de los que, sin alcanzar los honores del canon, han caminado tras sus pasos, quedará sin duda en la memoria de la historia con más fuerza que la de los otros, los criminales. Por los cuales, por cierto, también dio su sangre Jesucristo, y en este aspecto no está de más recordar lo que decía Oscar Wilde: que la Iglesia católica es una Iglesia de santos y de pecadores ("para señores respetables ya está el anglicanismo", añadía, pero no quiero molestar ahora a nuestros hermanos separados).
Fuente: Piensa un poco.com