Testimonio del sacerdote Giancarlo Bossi, que fue secuestrado el 10 de junio de 2007 en Mindanao (Filipinas) por un grupo terrorista vinculado a Al Qaeda, y fue liberado el siguiente 20 de julio. Se ha publicado el libro «Rapito. Quaranta giorni con i rebelli, una vita nelle mani di Dio» («Secuestrado. Cuarenta días con los rebeldes, una vida en las manos de Dios»), del cual el diario Avvenire ha publicado este extracto.
Llegué a Payao en 1987. En aquel momento los musulmanes estaban poniendo literalmente en fuga a los cristianos de allí.
La islamización moderna en la isla ha conocido sustancialmente dos fases. La primera, a mediados de los años '80, contempló la llegada de un número significativo de predicadores extremistas de Afganistán, quienes fundaron muchas «madrasas» (las escuelas coránicas). La segunda fase -en torno al año 2000- vio como protagonista al grupo Abu Sayyaf. Después del 11 de septiembre de 2001 surgieron sospechas de conexión entre este grupo y la red de Al Qaeda. En la isla de Basilan, su bastión, pero también en algunas otras zonas donde está presente Abu Sayyaf, los sacerdotes extranjeros ya no pueden permanecer.
Creo en el diálogo con todos. Pero la base para dialogar es, en cualquier caso, siempre el respeto. Porque si falta el respeto, el diálogo se ha acabado. Cuando en cambio cristianos y musulmanes se respetan, dialogan asimismo en la diversidad. Es cuanto dije también en la mezquita de Abbiategrasso tras mi liberación.
Me habían dicho que también ellos habían orado por mi durante mi secuestro y por lo tanto quise acudir en persona a darles las gracias. Fue un encuentro sencillo, sin grandes ceremonias. Cuando existe respeto, todo es posible.
Recuerdo que mis secuestradores me hicieron preguntas sobre el Papa, estaban sorprendidos de su papel. Al carecer el islam de una figura «que tenga la última palabra», comprendían que eso de la autoridad es un servicio precioso. No sólo. Estaban maravillados de que los cristianos tradujéramos la Biblia en las lenguas locales, mientras que el Corán se lee sólo en árabe. La otra cosa que les escandalizó fue el problema de la interpretación.
Les preguntaba: «¿Cómo hacéis para orar con la ametralladora al lado?». Respondían que Alá está en el corazón, pero no en las elecciones de la vida. En el fondo, es también el razonamiento de ciertos cristianos: Dios existe, pero la vida es otra cosa, la fe no determina las opciones concretas...
Intenté saborear las cosas que ellos sabían darme con el corazón. Un ejemplo: mis carceleros sabían que cuando me ponían en alguna roca era para rezar; así que en esos momentos nunca me molestaron. Y tampoco yo me permitía jamás molestarles cuando rezaban. Oraba sobre todo por los míos en casa, al no saber nada de mí. Creo que su sufrimiento fue mucho mayor que el mío.
Después me preguntaba: ¿por qué el Señor ha permitido mi secuestro? ¿Qué proyecto hay detrás? Es una pregunta que me hago todavía. He pensado que tal vez Dios permitió que me retuvieran a mí para valorar a muchas personas, frecuentemente excepcionales, que siempre han trabajado en el silencio y en lo escondido. Fui conocido sólo porque fui secuestrado; no ciertamente por la labor que hacía. Pero, como yo, muchos otros trabajan en el silencio y nadie les conoce.
Puede parecer extraño, pero rezaba el Magnificat. ¿El motivo? Pienso que la Virgen siempre supo leer las cosas negativas como pasadas y descubrir las cosas bellas que estaban ya naciendo. Igualmente yo estaba atravesando un período negativo, sin embargo lo leía en la perspectiva de una liberación; y esto cambiaba todo, me hacía disfrutar la belleza del cántico.
El sentimiento de perdón nació en mí espontáneamente. Por lo demás, si no logras perdonar, has fracasado en tu ser sacerdote. El impulso me lo dio la primera línea del Padrenuestro: si logramos llamar a Dios «Padre», los demás son hermanos. Y si no nos reconocemos tales, hacemos como Caín y Abel. Considero a mis secuestradores mis hermanos. Mi oración es para que sepan un día volver a casa, sentarse en la mesa con su familia, comer en la paz y en la tranquilidad. Se lo dije también a ellos. Se sorprendieron. Creo que nunca han oído hablar de fraternidad y el hecho de que yo rezara por ellos les impactaba. La idea de perdón es algo grande que nosotros, los cristianos, podemos donar a los musulmanes. Con frecuencia ellos son prisioneros de lógicas de venganza. Y la venganza es el inicio de una cadena de mal que se puede interrumpir sólo con el perdón y reconociéndose hermanos.
El secuestro es parte de mi misión; no puedo suprimirlo.
Lo que ha ocurrido me ha hecho precisa la llamada a construir un mundo en el que todos somos hermanos, aún en la diversidad de nuestros credos. Esto para mí está en la base del desafío de volver a Mindanao y hacer de la parroquia de Payao el símbolo de un diálogo posible. El sacerdote es un ministro de reconciliación y, desde este punto de vista, me siento reencargado. No sé si he comprendido mejor a los musulmanes; sigue el hecho de que el diálogo con ellos ha sucedido también a través de la experiencia del secuestro. Espiritualmente hablando, considero esta experiencia una gracia. Aunque si bien -debo admitirlo- ha sido muy dura.
Desearía invitar a la gente a continuar el diálogo con los musulmanes. En Payao la mitad de la población es musulmana; yo fui secuestrado por un grupo musulmán. No quería que se creara un clima de conflicto... Creo que el mensaje ha sido bien acogido. Y el mensaje era: se sigue adelante, continuando con el trabajo y nuestro diálogo con los hermanos musulmanes. Expliqué que quien me secuestró es simplemente un criminal, no lo hizo como musulmán.
Me acuerdo mucho de Charles de Foucauld. Me atrae la opción de vivir en una aldea como monje. Trabajo y oración. Y la oración puede convertirse en señal para la gente.