Autor del artículo que sentó las bases de la cosmología moderna, Lemaître (1894-1966) concilió en su persona la relación entre ciencia y religión
Dominique Lambert ha publicado en Bruselas en 2008 una obra fundamental, Un atome d´Univers (Un átomo de Universo) en la que aporta datos inéditos para comprender la evolución del pensamiento de Lemaître y su concepción de las relaciones entre ciencia y religión. Esta obra expresa el reconocimiento de la importancia de uno de los más eminentes científicos del siglo XX, ya que fue el primero en proponer, en dos artículos de 1927 y 1931, la primera formulación de lo que con el tiempo se denominaría “el modelo estándar” de la cosmología moderna, modelo que ha sido confirmado en sus análisis, los cálculos y la síntesis. La obra responde a una pregunta: ¿cómo una misma persona pudo ser un eminente científico, fuertemente racional en sus trabajos de astronomía, y a la vez ser un sacerdote fervoroso?
La teoría del Big Bang, la Gran Explosión que habría originado nuestro mundo, pertenece a la cultura general de nuestra época. Originalmente fue formulada por el belga Georges Lemaître, físico y sacerdote católico. Todo el mundo sabe algo de Galileo, Newton o Einstein, por citar tres nombres especialmente ilustres de la física.
Pero pocos han oído hablar de Georges Lemaître, el padre de las teorías actuales sobre el origen del universo. Lemaître nació en Charleroi (Bélgica) el 17 de julio de 1894, y murió el 20 de junio de 1966. No fue un sacerdote que se dedicó a la ciencia ni un científico que se hizo sacerdote: fue, desde el principio, las dos cosas. Un libro publicado en 2008, trae a la actualidad la figura y la obra en ciencia y religión de Georges Lemaître.
Georges Henri Joseph Édouard Lemaître fue sacerdote católico y científico belga. Nació en Charleroi en 1894. En 1911 fue admitido en la Escuela de Ingenieros. En verano de 1914 pensaba pasar sus vacaciones yendo al Tirol en bicicleta con un amigo, pero tuvo que cambiar las vacaciones por la guerra en la que se vio envuelto su país hasta 1918. Después de servir como voluntario en el ejército belga durante la Primera Guerra Mundial, empezó a estudiar física y matemáticas, incluyendo la teoría de la relatividad de Albert Einstein.
Después volvió a la Universidad de Lovaina y cambió su orientación: se dedicó a las matemáticas y a la física. Como seguía con su idea de ser sacerdote, tras obtener el doctorado en física y matemáticas ingresó en el Seminario de Malinas y fue ordenado sacerdote por el Cardenal Mercier, el 22 de septiembre de 1923. Ese mismo año le fueron concedidas dos becas de investigación, una del gobierno belga y otra de una Fundación norteamericana, y fue admitido en la Universidad de Cambridge (Inglaterra) como investigador de astronomía.
Físico, matemático, astrónomo y sacerdote
Después de un año en la Universidad de Cambridge con el astrónomo Arthur Eddington y otro en Cambridge, Massachusetts con Harlow Shapley, regresó a su Universidad. Desde octubre de 1925, Lemaître fue profesor de la Universidad de Lovaina. Abierto y simpático, tenía grandes dotes para la investigación y era un profesor nada convencional. Ejerció una gran influencia en muchos alumnos y promovió la investigación en la Universidad. Además, en 1930 se hizo famoso en la comunidad científica mundial y sus viajes, especialmente a los Estados Unidos, fueron ya una constante durante muchos años.
Lemaître se hizo famoso por dos trabajos que están muy relacionados y se refieren al universo en su conjunto: la expansión del universo, y su origen a partir de un «átomo primitivo». El profesor Mariano Artigas lo ha estudiado en profundidad.
En 1927 publicó un informe en el que resolvió las ecuaciones de Einstein sobre el universo entero (que Alexander Friedman ya había resuelto sin saberlo Lemaître) y sugirió que el universo se está expandiendo, según una de las soluciones; por ello Slipher y Wirtz habían observado un corrimiento hacia el rojo de la luz de las nebulosas espirales. En 1931, propuso la idea que el universo se originó en la explosión de un «átomo primigenio» o «huevo cósmico» o hylem. Dicha explosión ahora se llama el Big Bang.
En los años siguientes desarrolló la teoría y participó en la controversia científica y religiosa sobre el origen del universo. Según su estimación, el universo tiene entre 10 y 20 mil millones de años, lo cual corresponde con las estimaciones actuales.
Al final de su vida se dedicó cada vez más a los cálculos numéricos. Su interés en los computadores y en la informática terminó por fascinarlo completamente.
Lemaître y la expansión del universo
Las ecuaciones de la relatividad general, formuladas por Einstein en 1915, permitían estudiar el universo en su conjunto. El mismo Einstein lo hizo, pero se encontró con un universo que no le gustaba: era un universo que cambiaba con el tiempo, y Einstein, por motivos no científicos, prefería un universo inalterable en su conjunto. Para conseguirlo, realizó una maniobra que, al menos en la ciencia, suele ser mala: introdujo en sus ecuaciones un término cuya única función era mantener al universo estable, de acuerdo con sus preferencias personales. Se trataba de una magnitud a la que denominó «constante cosmológica». Años más tarde, dijo que había sido el peor error de su vida.
Otros físicos también habían desarrollado los estudios del universo tomando como base la relatividad general. Fueron especialmente importantes los trabajos del holandés Willem de Sitter en 1917, y del ruso George Friedman en 1922 y 1924. Friedman formuló la hipótesis de un universo en expansión, pero sus trabajos tuvieron escasa repercusión en aquellos momentos.
Lemaître trabajó en esa línea hasta que consiguió una explicación teórica del universo en expansión, y la publicó en un artículo de 1927. Pero, aunque ese artículo era correcto y estaba de acuerdo con los datos obtenidos por los astrofísicos de vanguardia en aquellos años, no tuvo por el momento ningún impacto especial, a pesar de que Lemaître fue a hablar de ese tema, personalmente, con Einstein en 1927 y con de Sitter en 1928: ninguno de los dos le hizo caso.
Para que a uno le hagan caso, suele ser importante tener un buen intercesor. El gran intercesor de Lemaître fue Eddington, quien le conocía por haberle tenido como discípulo en Cambridge el curso 1923-1924. El 10 de enero de 1930 tuvo lugar en Londres una reunión de la Real Sociedad Astronómica. Leyendo el informe que se publicó sobre esa reunión, Lemaître advirtió que tanto de Sitter como Eddington estaban insatisfechos con el universo estático de Einstein y buscaban otra solución. ¡Una solución que él ya había publicado en 1927!
Escribió a Eddington recordándole ese trabajo de 1927. A Eddington, como a Einstein y por motivos semejantes, tampoco le hacía gracia un universo en expansión; pero esta vez se rindió ante los argumentos y se dispuso a reparar el desaguisado. El 10 de mayo de 1930 dio una conferencia ante la Sociedad Real sobre ese problema, y en ella informó sobre el trabajo de Lemaître: se refirió a la «contribución decididamente original avanzada por la brillante solución de Lemaître», diciendo que «da una respuesta asombrosamente completa a los diversos problemas que plantean las cosmogonías de Einstein y de de Sitter». El 19 de mayo, de Sitter reconoció también el valor del trabajo de Lemaître que fue publicado, traducido al inglés, por la Real Sociedad Astronómica. Lemaître se hizo entonces famoso.
La fama de Lemaître se consolidó en 1932. Muchos astrónomos y periodistas estaban presentes en Cambridge (Estados Unidos), en la conferencia que Eddington pronunció el día 7 de septiembre en olor de multitud, y en esa conferencia Eddington se refirió a la hipótesis de Lemaître como una idea fundamental para comprender el universo (Lemaître estaba presente en la conferencia). El día 9, en el Observatorio de Harvard, se pidió a Eddington y Lemaître que explicasen su teoría.
El átomo primitivo
Si el universo está en expansión, resulta lógico pensar que, en el pasado, ocupaba un espacio cada vez más pequeño, hasta que, en algún momento original, todo el universo se encontraría concentrado en una especie de «átomo primitivo». Esto es lo que casi todos los científicos afirman hoy día, pero nadie había elaborado científicamente esa idea antes de que Lemaître lo hiciera, en un artículo publicado en la prestigiosa revista inglesa «Nature» el 9 de mayo de 1931.
El artículo era corto, y se titulaba «El comienzo del mundo desde el punto de vista de la teoría cuántica». Lemaître publicó otros artículos sobre el mismo tema en los años sucesivos, y llegó a publicar un libro titulado «La hipótesis del átomo primitivo».
En la actualidad estamos acostumbrados a estos temas, pero la situación era muy diferente en 1931. De hecho, la idea de Lemaître tropezó no sólo con críticas, sino con una abierta hostilidad por parte de científicos que reaccionaron a veces de modo violento. Especialmente, Einstein encontraba esa hipótesis demasiado audaz e incluso tendenciosa.
Llegamos así a una situación que se podría calificar como «síndrome Galileo». Este síndrome tiene diferentes manifestaciones, según los casos, pero responde a un mismo estado de ánimo: el temor de que la religión pueda interferir con la autonomía de las ciencias. Sin duda, una interferencia de ese tipo es indeseable; pero el síndrome Galileo se produce cuando no existe realmente una interferencia y, sin embargo, se piensa que existe.
En nuestro caso, se dio el síndrome Galileo: varios científicos (entre ellos Einstein) veían con desconfianza la propuesta de Lemaître, que era una hipótesis científica seria, porque, según su opinión, podría favorecer a las ideas religiosas acerca de la creación. Pero antes de analizar más de cerca las manifestaciones del «síndrome Galileo» en este caso, vale la pena registrar cómo se desarrollaron las relaciones entre Lemaître y Einstein.
Einstein y Lemaître
El artículo de Lemaître de 1927, sobre la expansión del universo, no encontró mucho eco. Desde luego, Lemaître no era un hombre que se quedase con los brazos cruzados. Convencido de la importancia de su trabajo, fue a explicárselo al mismísimo Einstein.
El primer encuentro fue, más bien, un encontronazo. Del 24 al 29 de octubre de 1927 tuvo lugar, en Bruselas, el famoso quinto congreso Solvay, donde los grandes genios de la física discutieron la nueva física cuántica. Lemaître buscó hablar con Einstein sobre su artículo, y lo consiguió. Pero Einstein le dijo: «He leído su artículo. Sus cálculos son correctos, pero su física es abominable».
Lemaître, convencido de que Einstein se equivocaba esta vez, buscó prolongar la conversación, y también lo consiguió. El profesor Piccard, que acompañaba a Einstein para mostrarle su laboratorio en la Universidad, invitó a Lemaître a subir al taxi con ellos. Una vez en el coche, Lemaître aludió a la velocidad de las nebulosas, tema que en aquellos momentos era objeto de importantes resultados, que Lemaître conocía muy bien y que se encuentra muy relacionado con la expansión del universo. Pero la situación se volvió bastante embarazosa, porque Einstein no parecía estar al corriente de esos resultados. Piccard decidió huir hacia adelante: para salvar la situación, ¡comenzó a hablar con Einstein en alemán, idioma que Lemaître no entendía!
Las relaciones de Lemaître con Einstein mejoraron más tarde. La primera aproximación vino a través de los reyes de Bélgica, que se interesaron por los trabajos de Lemaître y le invitaron a la corte. Einstein pasaba cada año por Bélgica para visitar a Lorentz y a de Sitter, y en 1929 encontró una invitación de la reina Elisabeth, alemana como Einstein, en la que le pedía que fuera a verla llevando su violón (tocar el violón era una afición común a la reina y a Einstein): esa invitación fue seguida por muchas otras, de modo que Einstein llegó a ser amigo de los reyes.
En una conversación, el rey preguntó a Einstein sobre la famosa teoría acerca de la expansión del universo, e inevitablemente se habló de Lemaître; notando que Einstein se sentía incómodo, la reina le invitó a improvisar, con ella, un dúo de violón. Ya llovía sobre mojado.
Otra aproximación se produjo en 1930, en una ceremonia en Cambridge, donde Einstein encontró a Eddington. De nuevo salió en la conversación la teoría del sacerdote belga, y Eddington la defendió con entusiasmo.
Reconocido por Einstein
Einstein tuvo varios años para reflexionar antes de encontrarse de nuevo personalmente con Lemaître, en los Estados Unidos. Lemaître había sido invitado por el famoso físico Robert Millikan, director del Instituto de Tecnología de California. Entre sus conferencias y seminarios, el 11 de enero de 1933 dirigió un seminario sobre los rayos cósmicos, y Einstein se encontraba entre los asistentes.
Esta vez, Einstein se mostró muy afable y felicitó a Lemaître por la calidad de su exposición. Después, ambos se fueron a discutir sus puntos de vista. Einstein ya admitió entonces que el universo está en expansión; sin embargo, no le convencía la teoría del átomo primitivo, que le recordaba demasiado la creación. Einstein dudó de la buena fe de Lemaître en ese tema, y Lemaître, por el momento, no insistió.
En mayo de 1933, Einstein dirigió algunos seminarios en la Universidad Libre de Bruselas. Al enterarse de que Hitler había sido nombrado Canciller de la República Alemana, fue a la Embajada alemana en Bruselas para renunciar a la nacionalidad alemana y dimitir de sus puestos en la Academia de Ciencias y en la Universidad de Berlín. Einstein permaneció varios meses en Bélgica, preparando su porvenir de exiliado. En esas circunstancias, Lemaître fue a verle y le organizó varios seminarios.
En uno de ellos, Einstein anunció que la conferencia siguiente la daría Lemaître, añadiendo que tenía cosas interesantes que contarles. El pobre Lemaître, cogido esta vez por sorpresa, pasó un fin de semana preparando su conferencia, y la dio el 17 de mayo. Einstein le interrumpió varias veces en la conferencia manifestando su entusiasmo, y afirmó entonces que Lemaître era la persona que mejor había comprendido sus teorías de la relatividad.
De enero a junio de 1935, Lemaître estuvo en los Estados Unidos como profesor invitado por el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. En Princeton encontró por última vez a Einstein.
Ciencia y religión en Lemaître
A Einstein le costó aceptar la expansión del universo, aunque finalmente tuvo que rendirse ante ella, porque sus ideas religiosas se situaban en una línea que de algún modo podría calificarse, con los debidos matices, como panteísta. Por tanto, al otorgar de algún modo un carácter divino al universo, le costaba admitir que el universo en su conjunto va cambiando con el tiempo. Los mismos motivos le llevaron a rechazar la teoría del átomo primitivo. Un universo que tiene una historia y que comienza en un estado muy singular le recordaba demasiado la idea de creación.
Einstein no era el único científico que sufría los efectos del síndrome Galileo. El simple hecho de ver a un sacerdote católico metiéndose en cuestiones científicas parecía sugerir una intromisión de los eclesiásticos en un terreno ajeno. Y si ese sacerdote proponía, además, que el universo tenía un origen histórico, la presunta intromisión parecía confirmarse: se trataría de un sacerdote que quería meter en la ciencia la creación divina. Pero los trabajos científicos de Lemaître eran serios, y finalmente todos los científicos, Einstein incluido, lo reconocieron y le otorgaron todo tipo de honores.
Lamaître jamás intentó explotar la ciencia en beneficio de la religión. Estaba convencido de que ciencia y religión son dos caminos diferentes y complementarios que convergen en la verdad. Al cabo de los años, declaraba en una entrevista concedida al New York Times: «Yo me interesaba por la verdad desde el punto de vista de la salvación y desde el punto de vista de la certeza científica. Me parecía que los dos caminos conducen a la verdad, y decidí seguir ambos. Nada en mi vida profesional, ni en lo que he encontrado en la ciencia y en la religión, me ha inducido jamás a cambiar de opinión». Georges Lemaître falleció en Lovaina poco después de oír la noticia del descubrimiento de la radiación de fondo de microondas cósmicas, la prueba de su teoría.
Una relectura actual de Georges Lemaître
Dominique Lambert ha publicado en Bruselas en 2008 una obra fundamental, Un atome d´Univers (Un átomo de Universo) [el título completo es: L´itinéraire spirituel de Georges Lemaître. Suivi de “Univers et atome” – Textes inédits de G. Lemaître. Bruxelles, Lessius, coll. “Au singulier”, número 16, 2008, 224 pág.], en la que aporta datos inéditos para comprender la evolución del pensamiento de Lemaître y su concepción de las relaciones entre ciencia y religión.
Esta obra expresa el reconocimiento de la importancia de uno de los más eminentes científicos del siglo XX, ya que fue el primero en proponer, en dos artículos de 1927 y 1931, la primera formulación de lo que con el tiempo se denominaría “el modelo estándar” de la cosmología moderna, modelo que ha sido confirmado en sus análisis, los cálculos y la síntesis.
Si bien esta obra se refiere sobre todo al estudio de su pensamiento científico sin ignorar que G. Lemaître había tenido una vida espiritual muy rica, la de un sacerdote católico fervoroso, todos los elementos de las relaciones entre ciencia y religión de esa época no habían estado todavía explicitados hasta ahora.
La presente obra, L´itinéraire spirituel de Georges Lemaître, trata de responder a esas cuestiones todavía poco conocidas. Este estudio refleja los contenidos de un coloquio sobre Lemaître en el que se aportan elementos nuevos debidos al descubrimiento de nuevos documentos inéditos.
Esta obra se presenta como una biografía espiritual, vivida por el eminente cosmólogo desde su formación universitaria hasta el final de su vida en la que fue presidente de la Academia Pontificia de Ciencias. La obra responde a una pregunta: ¿cómo una misma persona pudo ser un eminente científico, fuertemente racional en sus trabajos de astronomía, y a la vez ser un sacerdote fervoroso?
“Queremos mostrar, -escribe Lambert– que Lemaître no es solamente esa estrella de la cosmología contemporánea a quien se cita y se redescubre cada vez más hoy día. Lemaître fue también un hombre de fe y un sacerdote católico excepcional al que la ciencia no había ocultado nunca una fe simple y profunda. [...] Es también una estrella que, como aquella de los Reyes Magos, ayudó a más de uno a encontrar el camino pobre y escondido que lleva al Emmanuel” (pág. 18).
Espiritualidad y ciencia: Lemaître
El primer capítulo (“La estrella de la cosmología contemporánea”) resume la obra científica de Lemaître. Este capítulo está escrito de modo muy pedagógico, muestra las opciones y las conclusiones de su trabajo científico y lo sitúa en su contexto. Esto le permite concluir que “Lemaître es una de las figuras centrales de la historia de la física contemporánea” (Página 18).
El segundo capítulo contiene informaciones muy interesantes procedentes de archivos inéditos. Éstos se refieren sobre todo a la correspondencia de Lemaître con un compañero durante la guerra, Joris van Severen, un hombre poco simpático, nacionalista flamenco de los primeros tiempos que se comprometió con los ocupantes nazis durante la Segunda Guerra mundial. Las relaciones entre Lemaître y este hombre político se limitan al tiempo en que fueron compañeros de armas durante la Primera Guerra. Los avatares de la guerra les había acercado, y su correspondencia muestra la amistad que se fraguó entonces. Las cartas permiten encontrar las primeras intuiciones de Lemaître.
Dominique Lambert, en la obra que comentamos, hace resaltar dos elementos. El primero es que por medio de su amigo Joris, Lemaître tuvo contactos con Léon Bloy, y quedó seducido por el radicalismo de sus posturas y el valor que le daba a la pobreza y a la abnegación. El segundo elemento es que ya aparece en la correspondencia de Lemaître la pasión por unir una visión científica del universo tal como la presenta la física y los textos de la Escritura. Lo hace a partir del texto latino del libro del Génesis según el cual al principio creó Dios la luz. El fiat lux es la primera palabra del Creador y ésta hace reflexionar a Lemaître sobre la luz, ya que como lector de Poincaré, ésta es la que unifica la visión del mundo.
Estos dos elementos están conectados, ya que la exégesis simbólica de Bloy permite a Lemaître unificar las dos perspectivas. De esta correspondencia amistosa y confiada brotan los elementos más importantes que proporcionan un retrato espiritual de lo que vivía Leamaître en aquella época. El ingeniero que había llegado a ser investigador en matemáticas manifiesta que deseaba consagrar a Dios su vida y hacerse sacerdote.
De la exégesis al átomo
El capítulo siguiente (“De la exégesis al átomo: el doble origen de una hipótesis cosmogónica”) es un estudio riguroso de un texto de Lemaître escrito en la época en la que era seminarista. El texto, publicado anteriormente en el coloquio Georges Lemaître, sabio y creyente, se analiza aquí críticamente y se relaciona con los documentos citados en el capítulo anterior. El análisis de este texto muestra que no se trata simplemente de un trabajo escolar de un estudiante de teología, sino la expresión de una voluntad de unir estrechamente ciencia y teología bíblica.
Con un buen conocimiento de la teoría de Einstein, Lemaître ahonda su reflexión con rigor científico: su deseo de unificación le lleva a preguntarse sobre el origen del universo y sobre el estado inicial de la materia. Este capítulo muestra la unidad profunda del pensamiento de Lemaître, ya que gracias a esta visión podrá, años más tarde, proponer una solución rigurosa a los problemas que plantean a la fe, tanto las ecuaciones de la relatividad como la interpretación, en términos de expansión del universo, las observaciones cosmológicas sobre la luz que procede de las galaxias.
La hipótesis expresada en 1931, en el artículo que se considera fundador de la cosmología moderna, tiene en su trasfondo el intento de solución entre el texto bíblico de la creación y los datos de las ciencias. De igual modo, los debates ulteriores de la cosmología, la cuestión del mundo infinito será habitual en las reflexiones de Lemaître sobre el infinito en matemáticas y en física.
El capítulo IV (“Un camino de interioridad: Lemaître y los “Amigos de Jesús””) describe de forma detallada, la fundación de una asociación de sacerdotes, los “Amigos de Jesús”, muy querida por el cardenal Mercier. Esta asociación nace y se desarrolla en Bélgica y en ella se incorporó Lemaître. La espiritualidad de esta fraternidad está inspirada en los textos de Ruysbroek a los que Lemaître dedica una parte de su tiempo para leerlos y meditarlos.
Los tiempos dedicados a la oración y al retiro espiritual son momentos muy importantes en la vida interior de Lemaître para buscar focos de unificación entre la experiencia de fe y los datos de las ciencias. Estos momentos densos alimentan a Lemaître en los tiempos en que más intensamente se dedica a la elaboración científica, como cuando prepara sus trabajos de 1927 y de 1931 que marcan la historia de la ciencia.
Es necesario insistir en que Lemaître no tuvo una sólida formación teológica (entendida como reflexión crítica y sistemática sobre la doctrina de la Iglesia), sino un modo de vivir su experiencia interior que le permite articular la ciencia y la fe y de este modo explicar por qué en “un mundo científico particularmente hostil o indiferente a las cuestiones teológicas, Lemaître era absolutamente contrario a vivir de forma separada su vida de fe y su vida como científico” (p. 87). Para Lemaître, el comienzo natural del mundo (postulado por el modelo de universo que él mismo propone) no puede ser confundido con “una creación cualquiera en el sentido teológico del término” (p. 89).
Fe y ciencia en Lemaître
El capítulo V (“Una vida apostólica: Lemaître discípulo del P.Lebbe”) estudia las relaciones de Lemaître con los misioneros belgas en China, y sobre todo, Vincent Lebbe. El profesor de Lovaina tuvo un papel importante en la recepción de jóvenes estudiantes chinos en Europa que incidieron luego en la reconstrucción de la Iglesia en China.
Los capítulos VI (“¿Poner la fe a resguardo de la ciencia? Los dos caminos hacia un Dios escondido”), y VII (“¿Poner la ciencia a resguardo de la fe? El caso Un´ ora”) desarrollan la postura de Lemaître en la época de su madurez. Hay un momento muy importante en la biografía de Lemaître, la del conflicto con el papa Pío XII. Se sabe que en un discurso célebre, el papa había recogido la idea de un universo en expansión –en los años en que esta teoría no había sido confirmada como lo fue veinte años más tarde- para identificar el “punto cero” de la historia del universo y las primeras palabras del Génesis. Pío XII había seguido la interpretación concordista y apologética de Edmund Whittaker
Lemaître expresa su desacuerdo basado en dos argumentos: el primero se fundamenta en su concepción de la vida intelectual. Los discursos científicos y bíblicos no tienen por qué coincidir, pero hay una unidad que procede de la misma naturaleza del espíritu humano: “La unidad no se fundamenta en una síntesis conceptual, concordista, que él rechaza, sino en una dimensión propiamente religiosa de la investigación científica. La ciencia es una investigación de la verdad” (pág. 124).
El segundo argumento de Lemaître hunde las raíces en su formación tomista, que defiende que la cuestión de la eternidad del mundo es un problema abierto en filosofía. Para Lemaître hay “dos caminos”, dos posibilidades. Esta postura, que ya está presente en sus escritos de 1931, puede considerarse la postura de la Academia pontificia de ciencias de la que fue presidente desde 1960 hasta su muerte.
“Parece que –según el autor de este libro – la Iglesia se fue inclinando progresivamente hacia el modelo de Lemaître que es más respetuoso con la autonomía específica de las ciencias” (pág. 172). Esta postura está bien expresada en el anexo (“Universo y átomo”), en el que Lemaître distingue bien entre la singularidad inicial del modelo estándar (que no es el “punto cero” de la historia cósmica) y la noción de creación específicamente teológica.
El conflicto con el papa Pío XII
Un hecho resulta especialmente significativo en este contexto. El 22 de noviembre de 1951, el Papa Pío XII pronunció una famosa alocución ante la Academia Pontificia de Ciencias. Algún pasaje parece sugerir que la ciencia, y en particular los nuevos conocimientos sobre el origen del universo, prueban la existencia de la creación divina.
Lemaître, que en 1950 fue nombrado Presidente de la Academia Pontificia de Ciencias, pensó que era conveniente clarificar la situación para evitar equívocos, y habló con el jesuita Daniel O'Connell, director del Observatorio Vaticano, y con los Monseñores dell'Acqua y Tisserand, acerca del próximo discurso del Papa sobre cuestiones científicas. El 7 de septiembre de 1952, Pío XII dirigió un discurso a la asamblea general de la Unión astronómica internacional y, aludiendo a los conocimientos científicos mencionados en el discurso precedente, evitó extraer las consecuencias que podían prestarse a equívocos.
Lemaître dejó clara constancia de sus ideas sobre las relaciones entre ciencia y fe. Uno de sus textos resulta especialmente esclarecedor:
«El científico cristiano debe dominar y aplicar con sagacidad la técnica especial adecuada a su problema. Tiene los mismos medios que su colega no creyente. También tiene la misma libertad de espíritu, al menos si la idea que se hace de las verdades religiosas está a la altura de su formación científica. Sabe que todo ha sido hecho por Dios, pero sabe también que Dios no sustituye a sus creaturas. La actividad divina omnipresente se encuentra por doquier esencialmente oculta. Nunca se podrá reducir el Ser supremo a una hipótesis científica”.
“La revelación divina no nos ha enseñado lo que éramos capaces de descubrir por nosotros mismos, al menos cuando esas verdades naturales no son indispensables para comprender la verdad sobrenatural. Por tanto, el científico cristiano va hacia adelante libremente, con la seguridad de que su investigación no puede entrar en conflicto con su fe. Incluso quizá tiene una cierta ventaja sobre su colega no creyente; en efecto, ambos se esfuerzan por descifrar la múltiple complejidad de la naturaleza en la que se encuentran sobrepuestas y confundidas las diversas etapas de la larga evolución del mundo, pero el creyente tiene la ventaja de saber que el enigma tiene solución, que la escritura subyacente es al fin y al cabo la obra de un Ser inteligente, y que por tanto el problema que plantea la naturaleza puede ser resuelto y su dificultad está sin duda proporcionada a la capacidad presente y futura de la humanidad”.
“Probablemente esto no le proporcionará nuevos recursos para su investigación, pero contribuirá a fomentar en él ese sano optimismo sin el cual no se puede mantener durante largo tiempo un esfuerzo sostenido. En cierto sentido, el científico prescinde de su fe en su trabajo, no porque esa fe pudiera entorpecer su investigación, sino porque no se relaciona directamente con su actividad científica».
Estas palabras, pronunciadas el 10 de septiembre de 1936 en un Congreso celebrado en Malinas, sintetizan nítidamente la compatibilidad entre la ciencia y la fe, en un mutuo respeto que evita indebidas interferencias, y a la vez muestran el estímulo que la fe proporciona al científico cristiano para avanzar en su arduo trabajo.
Lemaître, Teilhard y Pascal
El capítulo VIII (“Lemaître, Teilhard y Pascal: convergencias y divergencias”) sitúa claramente la filosofía de Lemaître en contraste con los otros dos autores, que también se preguntan por las relaciones entre las ciencias y la religión. Si la visión cósmica de Teilhard de Chardin se suele comparar con la de Lemaître, es necesario diferenciar netamente sus perspectivas. Teilhard es un apóstol de la convergencia entre la ciencia y la fe. Lemaître no procede de esta manera: diferencia siempre que son dos caminos diferentes paralelos.
Por otra parte, las semejanzas con Pascal son más clarificadoras. Uno y otro comparten el mismo estilo de vida científica y espiritual: la observación, la geometría, el cálculo en ciencia y, en la vida espiritual, la oración, la entrega, la renuncia. Uno y otro comparten la misma manera de poner de acuerdo la ciencia y la fe: para Lemaître y Pascal el tema de fondo es “el Dios escondido”, para respetar la trascendencia de Dios y la gracia de su revelación. Pero hay una diferencia: la actitud con respecto al infinito. Para Pascal, la percepción del infinito nos sumerge en un mar de terror; para Lemaître, nos empuja hacia la admiración.
El último capítulo pretende hacer una síntesis de la profunda coherencia de la evolución del pensamiento de Lemaître. Es necesario reconocer que hay una evolución en la manera de unificar la ciencia y la fe, pero no hay una ruptura en este proceso. Más aún: las ideas que presiden la construcción del modelo de universo y la búsqueda de una respuesta termodinámica a la expansión del universo, están ligadas a una convicción nacida de lo que la Biblia dice de la luz.
De este modo, el cambio de una actitud de tipo concordista a una distinción racional no es el reconocimiento de un error, sino el fruto de una mejor comprensión de la revelación y de la especificidad del lenguaje bíblico. La luz del Verbo está presente en los dos caminos. De este modo, D. Lambert puede concluir su estudio con estas palabras: “La estrella de la cosmología contemporánea no puede aparentar ser doble. El padre del Big Bang y el Amigo de Jesús no han cesado jamás de ser la misma estrella” (pág. 192).
Leandro Sequeiros es Catedrático de Paleontología, profesor en la Facultad de Teología de Granada y colaborador de la cátedra CTR.
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