El sacerdote tiene que saber darse cuenta de la propia fe más que los otros, documentando en la propia experiencia el cambio de vida producido por la secuela de Cristo. La tarea del anuncio del sacerdote, como afirmó el entonces Cardenal Ratzinger en el libro "La Iglesia: una comunidad siempre en camino", no requiere un telegrafista sino un testigo. ¿Cuál es, en efecto, su misión si no refiere la palabra de Otro, en primera persona, de modo completamente personal hasta hacerla propia? He aquí las palabras con las que Ratzinger explicaba este camino: "La formación sacerdotal consiste en un proceso por el que, en el tiempo, se introduce, se entiende, se penetra y se vive dentro de esta Palabra".
El estudio, el recorrido de formación que conduce hasta llegar a ser sacerdote no tiene nada que ver con una mera acumulación de conocimientos. No es casualidad que la palabra latina studium implica, antes que la idea de un conocimiento, la de un trabajo, una aplicación de toda la persona para que lo que se ha encontrado en el estudio entre en todo su ser. Como dice el apóstol Juan, el estudio tiene como objetivo "que te conozcan a Ti, único verdadero Dios, y al que Tú has enviado, Jesucristo (Jn 17, 3). En la vida de un joven llamada al sacerdocio, esto no parte de la nada, parte del acontecimiento de la Fe que le ha sucedido ante todo cuando se hizo cristiano. En la educación al estudio de un joven sacerdote es necesario que, poco a poco, la fe se convierta en punto de partida y punto de llegada de la formación intelectual de los jóvenes, para que su saber desemboque en la unidad de la fe, en la visión unitaria de la vida que comporta la fe.
Para comprender este aspecto, retomamos una vez más el texto del Cardenal Ratzinger: "Hoy, en una época de creciente especialización, me parece que la unidad interna de la teología y su construcción concéntrica a partir de lo esencial, tienen una prioridad urgente. Un teólogo debe ciertamente poseer una vasta cultura, pero la teología debe ser capaz de aligerar su peso y concentrarse en lo esencial. Debe ser capaz de distinguir entre conocimiento específico y conocimiento fundamental: debe ofrecer una visión orgánica del todo en el que está integrado lo esencial. Si no se aprende a juzgar desde el todo, queda desarmado, a merced de las modas mudables".
El sacerdote para ser un comunicador de verdad, no la debe poseer como un equipaje analítico, sino como algo que ha renovado profundamente la propia vida. Él es precisamente el testigo de la verdad de la que vive. En efecto, la comunicación de verdad en la Iglesia es siempre comunicación de gracia, de persona a persona, de corazón a corazón.
Fuente: Agencia Fides