La Semana Santa que estamos viviendo este año, tan distinta a las demás, si la vivimos bien, nos ayudará más que ninguna otra. Es cierto que van a faltar las prácticas piadosas a las que estamos habituados: oficios litúrgicos, viacrucis por las calles el viernes, procesiones… Dios quiera que regresemos a la normalidad pronto, pero mientras que llegue ese día estamos aprendiendo a distinguir lo esencial de nuestra fe de lo que es secundario.
Muchos están siguiendo la Misa por internet, y bastantes sacerdotes intentan suplir, con gran mérito y mucha creatividad, la dificultad de la gente para ir a la iglesia con predicaciones y prácticas piadosas virtuales. Pero la mayoría de las Misas no tienen público. Los sacerdotes se ven muy solos. Y además de ellos hay tantos que celebran la Misa en la intimidad de sus iglesias o capillas, sin transmitir por internet, solos delante de Dios. Qué triste saber que el Jueves Santo tantos sacerdotes celebran la Misa vespertina solos.
Esta epidemia nos interpela a los sacerdotes por el valor de nuestro ministerio. ¿Realmente vale menos la Misa solitaria de un sacerdote? ¿No es cierto que el auténtico valor de la Misa procede de la renovación del sacrificio del Señor en la Cruz (cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 47), y sus efectos sacramentales son independientes de la presencia del pueblo en ella?
No están solos los sacerdotes. Cumplen muy bien su misión mediadora ofreciendo la Misa, aunque lo hagan en capillas solitarias. No es necesario que el pueblo esté presente físicamente o a través de los medios tecnológicos porque es a Dios a quien el sacerdote ofrece la Misa. Ciertamente a los fieles les ayuda en su piedad ir a Misa y sin ella su fe se enfriará fácilmente, pero lo esencial es que Dios recibe la gloria del sacrificio de su Hijo que se renueva. El pueblo necesita ante todo que se celebren Misas, no que haya mucha gente en ellas.
Los sacerdotes interceden por el pueblo que tienen encomendado celebrando la Misa, y esta es eficaz por el efecto sacramental, el cual es independiente de la presencia del pueblo. Es oportuno que las Misas se llenen de fieles y hay muchos sacerdotes que hacen enormes esfuerzos para ir a pueblos o capillas y facilitar la asistencia a Misa. Dios les dará el premio a su sacrificio. Y también hacen muy bien los sacerdotes celebrando la Misa solos, en la época extraordinaria de una pandemia o en otras ocasiones o etapas de la vida en que esto ocurre. Dios les dará el premio, aumentado quizá por su rectitud de intención, porque lo hacen por dar gloria a Dios e interceder por el pueblo, sin nada a cambio.
La Misa del sacerdote solo que vemos estos días es muy triste, pero en lo humano. A Dios le da mucha alegría.