Discurso del Santo Padre Francisco
a la comunidad del Seminario arzobispal de Nápoles
Sala Clementina
Viernes, 16 de febrero de 2024
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Gracias por haber venido aquí esta mañana y por haber deseado este encuentro en el 90 aniversario de la inauguración de su Seminario “Alessio Ascalesi”. Saludo al arzobispo, monseñor Domenico Battaglia, y a los hermanos obispos, al rector, a los educadores y a los padres espirituales, a todos, dándoles las gracias por su valioso servicio. Saludo con alegría a todos los que, de distintas formas, contribuyen a su formación: al presidente y al decano de la Facultad, a las hermanas y también a los matrimonios, cuya presencia es un signo importante, que nos recuerda la complementariedad entre Orden sagrado y Sacramento del matrimonio: en la formación sacerdotal necesitamos la contribución de quienes han elegido el camino del matrimonio. ¡Gracias por lo que hacen! Y gracias también a los consultores psicológicos, al personal administrativo y de servicio.
Me dirijo con afecto a ustedes, seminaristas. Siento que debo expresarle mi gratitud por responder a la llamada del Señor y por su disponibilidad para servir a su Iglesia; y que debo animarle a cultivar cada día la belleza de la fidelidad, con entusiasmo y compromiso, entregando su vida a la obra incesante del Espíritu Santo, que le ayuda a asumir la forma de Cristo. Recordémonos esto: que la formación no termina nunca, dura toda la vida, y que, si te detienes, no te quedas donde estabas, sino que vuelves atrás. Precisamente pensando en este continuo trabajo interior que es la formación sacerdotal y en el aniversario de vuestro Seminario, me viene a la mente la imagen de la obra en construcción.
La Iglesia es, ante todo, una obra siempre abierta. Es decir, que permanece en constante movimiento, abierta a la novedad del Espíritu, superando la tentación de preservarse a sí misma y a sus propios intereses. El principal trabajo de la “obra Iglesia” es caminar en compañía del Crucificado Resucitado, llevando a los hombres la belleza de su Evangelio. Esto es lo esencial. Esto es lo que nos está enseñando el camino sinodal, esto es lo que nos pide la escucha del Espíritu y de los hombres de nuestro tiempo, sin compromisos; pero también es lo que se les pide a ustedes: ser servidores -esto quiere decir ministros- que saben adoptar un estilo de discernimiento pastoral en cada situación, sabiendo que todos, sacerdotes y laicos, estamos en camino hacia la plenitud y somos obreros de una obra en construcción. No podemos ofrecer respuestas monolíticas y pre-empaquetadas a la compleja realidad de hoy, sino que debemos invertir nuestras energías anunciando lo esencial, que es la misericordia de Dios, y manifestándolo a través de la cercanía, la paternidad, la mansedumbre, afinando el arte del discernimiento.
Por eso, el camino de formación al presbiterado es también una obra de construcción. No hay que cometer nunca el error de sentir que se ha llegado, de considerarse preparados para los desafíos. La formación sacerdotal es una obra de construcción en la que cada uno de ustedes está llamado a jugarse en la verdad, a dejar que Dios construya su obra a lo largo de los años. Por tanto, no tengan miedo de dejar que el Señor actúe en su vida; como en una obra de construcción, el Espíritu vendrá primero a demoler aquellos aspectos, aquellas convicciones, aquel estilo e incluso aquellas ideas incoherentes sobre la fe y el ministerio que les impiden crecer según el Evangelio; luego, el mismo Espíritu, después de haber limpiado las falsedades interiores, les dará un corazón nuevo, edificará su vida según el estilo de Jesús, hará que se conviertan en nuevas criaturas y discípulos misioneros. Hará madurar su entusiasmo a través de la cruz, como hizo con los Apóstoles. Pero no tengan miedo: ciertamente puede ser un trabajo fatigoso, pero si permanecen dóciles y verdaderos, disponibles a la acción del Espíritu sin ponerse rígidos ni defenderse, descubrirán la ternura del Señor dentro de sus fragilidades y en la pura alegría del servicio. En esta obra de construcción que es su formación, caven hondo, “haciendo la verdad” en ustedes con sinceridad, cultivando la vida interior, meditando la Palabra, profundizando en el estudio de las cuestiones de nuestro tiempo y de las cuestiones teológicas y pastorales. Y permítanme recomendarles una cosa: trabajen la madurez afectiva y humana. ¡Sin ella no se va a ninguna parte!
Por último, la estructura del Seminario en sí es como una gran obra en construcción. Y no me refiero, obviamente, al área de la construcción. En la formación sacerdotal está en marcha un proceso que incluye nuevas preguntas y nuevas adquisiciones: los itinerarios formativos están sufriendo muchas transformaciones, a la escucha de los desafíos que le esperan al ministerio sacerdotal y que requieren compromiso, pasión y sana creatividad por parte de todos. Se están experimentando nuevas experiencias pastorales y misioneras, con la intención de favorecer la inserción gradual en la futura vida ministerial; se están previendo interrupciones en el itinerario para favorecer la maduración individual. Es bueno acoger y examinar estas novedades, viviéndolas como oportunidades de gracia y de servicio, captando en ellas la presencia de Dios.
Acabamos de empezar el camino cuaresmal que, como he tenido ocasión de decir, es “un tiempo de pequeñas y grandes decisiones a contracorriente [...] para reflexionar sobre los estilos de vida” (Mensaje para la Cuaresma 2024). Que su comunidad recorra también este camino de conversión y renovación. ¿Cómo? Dejándose conquistar con renovado asombro por el amor de Dios, fundamento de la vocación que se acoge y se redescubre en particular en la adoración y en el contacto con la Palabra; redescubriendo con alegría el gusto por la sobriedad y evitando el desperdicio; aprendiendo un estilo de vida que les servirá para ser sacerdotes capaces de darse a los demás y de estar atentos a los más pobres; no dejándose engañar por el culto a la imagen y a la apariencia, sino cuidando la vida interior; cuidando la justicia y la creación, temas actuales y candentes en su tierra, que espera, en este sentido, palabras valientes y signos proféticos de la Iglesia; viviendo en paz y armonía, superando las divisiones y aprendiendo a vivir en fraternidad con humildad. Y la fraternidad es, especialmente hoy, uno de los mayores testimonios que podemos ofrecer al mundo.
Que los “trabajos en curso” de su obra estén acompañados por la intercesión de los santos: por su Patrono San Genaro, cuya presencia y sangre siguen rociando las tierras que ustedes habitan; por San Vicente Romano, el párroco que se formó en su seminario, modelo de celo apostólico y espíritu misionero; y por el Beato Mariano Arciero, su padre espiritual, cuya memoria litúrgica cae hoy. Les deseo lo mejor en su camino y los acompaño con mi oración. Ustedes también, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.
Original en italiano. Versión en español tomada de la página web de la Santa Sede.