Discurso del Santo Padre Francisco
al seminario de Madrid
Sala Clementina
Sábado, 3 de febrero de 2024
Discurso entregado
Querido hermano, queridos seminaristas:
Nos encontramos aquí gracias a una feliz coincidencia, don José, Su Eminencia, tomará posesión de la iglesia de Santiago y Monserrat, que conjuga en sus santos titulares la fe apostólica y el amor a María que caracteriza toda España.
Y don José viene además acompañado de su tesoro más preciado, que sois vosotros, su seminario. Muchos santos obispos de España se han confrontado con la difícil realidad en la que se encontraban sus Iglesias, y han pensado en el seminario como el lugar donde su sueño pastoral podía echar raíces sólidas y expandirse. En realidad, si queremos hacer Iglesia, Cuerpo de Cristo, es fácil pues como dijo Dios a Moisés, sólo tenemos que fijarnos el modelo que vimos en el monte (cf. Ex 26,30), el Cristo Trasfigurado presente en la Eucaristía.
Me viene a la mente un dicho de uno de estos santos obispos, que seguramente conocéis, él quería «un seminario en el que la Eucaristía fuera: en el orden pedagógico, el más eficaz estímulo; en el científico, el primer maestro y la primera asignatura; en el disciplinar el más vigilante inspector; en el ascético el modelo más vivo; en el económico la gran providencia; y en el arquitectónico la piedra angular» (San Manuel González, Un sueño pastoral).
Vamos a repasar estos puntos para poner a Dios al centro, es decir, para dejar que sea Él el cimiento, el proyecto y el arquitecto, piedra angular. Eso sólo se consigue con la adoración. Jesús —nos dice nuestro santo— nos hará de pedagogo, paciente, severo, dulce o firme según necesitemos en nuestro discernimiento, porque nos conoce mejor que nosotros mismos, y nos espera, anima y sostiene en todo nuestro caminar. Es nuestro mayor estímulo, pues hemos consagrado nuestra vida a seguirle.
Me parece crucial que en lo científico san Manuel una el ser maestro con el ser la asignatura. Dios quiere dar a su Pueblo pastores según su corazón (cf. Jer 13,15), de Jesús no aprendemos cosas, lo acogemos, lo aferramos a Él mismo, para poder llevarlo a los demás. Y la gran lección que el Señor nos da es la humildad, el haberse hecho carne, tierra, hombre, humus por nosotros, por amor. Y en esta asignatura no hay otro ejemplo que Él mismo; de otras virtudes y circunstancias Jesús presentará parábolas, comparaciones, higueras, semillas o tormentas, pero la gran lección de su vida sólo la podemos aprender del que es «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29).
Para la disciplina, confrontarnos con la Eucaristía cada mañana —el más vigilante inspector— nos hace recapacitar en la futilidad de nuestras ideas mundanas, de nuestros deseos de ascender, de aparecer, de destacar. El que es inmenso se hace don total de sí mismo y en mis manos antes de comulgar me interpela: ¿te has reconciliado con tu hermano? ¿te has vestido el traje de fiesta? ¿estás preparado para entrar en mi banquete eterno?
Hasta ahora hemos visto discernimiento, ciencia y vigilancia; seguro que son facetas clave en vuestro seminario, pero de nada valdrían sin la ascesis, copiar un modelo, supone un esfuerzo, hacer una obra de arte necesita inspiración, pero también trabajo, Jesús no lo rehuyó. Es necesario entrar en el desierto, para que Él nos hable al corazón, si este está colmado de mundanidad, de cosas, por más que se puedan llamar “religiosas”, Dios no encontrará sitio, ni nosotros le oiremos cuando llame a nuestra puerta. Por ello silencio, oración, ayuno, penitencia, ascesis son necesarios para liberarnos de lo que nos esclaviza y ser todo de Dios. Y esto no sólo para adentro, también hacia fuera, en el trabajo, en los proyectos, abandonándonos en Jesús, el Señor será la gran providencia, dejemos que sea Él quien plantee y ejecute, pongámonos sólo a sus órdenes con docilidad de espíritu.
Queridos hermanos, tengan confianza en quien les ha llamado para esta hermosa tarea, y póstrense en adoración para poder construir con docilidad el templo de Dios en sus personas y en sus comunidades. Y cuando comulguen y algún día cuando celebren, no dejen de rezar por mí. Muchas gracias.
Original en español tomado de la página web de la Santa Sede.