«Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador» (Jn 15,1)
Queridos hermanos sacerdotes:
1. Permitidme que recuerde hoy estas palabras del evangelio de san Juan. Están relacionadas con la liturgia del Jueves santo: «Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora» (Jn 13, 1), lavó los pies a sus discípulos y luego les habló de manera muy íntima y cordial, como nos lo relata el evangelista. En el marco de este discurso de despedida está también la alegoría de la vid y los sarmientos: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5).
Deseo referirme precisamente a estas palabras de Cristo al ofrecer a la Iglesia, con ocasión de este Jueves santo de 1992, la exhortación apostólica sobre la formación sacerdotal. Es el fruto del trabajo colegial del Sínodo de los obispos de 1990, que estuvo dedicado por entero a este tema. Juntos hemos elaborado un documento, muy necesario y esperado, del magisterio de la Iglesia, que recoge la doctrina del concilio Vaticano II y también la reflexión sobre las experiencias de los veinticinco años transcurridos desde su clausura.
2. Hoy deseo depositar a los pies de Cristo, sacerdote y pastor de nuestras almas (cf. 1 P 2, 25), este texto, fruto de la plegaria y de la reflexión de los padres sinodales. Junto con vosotros deseo recogerlo del altar de aquel único y eterno sacerdocio del Redentor, del cual hemos participado sacramentalmente durante la última cena.
Cristo es la vid verdadera. Si el Padre eterno cultiva en este mundo su viña, lo hace con la fuerza de la verdad y de la vida que están en el Hijo. Aquí se hallan el inicio permanente y la fuente inagotable de la formación de todo cristiano y especialmente de todo sacerdote. En el día de Jueves santo tratemos de renovar de modo particular esta convicción y, a la vez, la disposición indispensable para poder permanecer, en Cristo, bajo el aliento del Espíritu de verdad y dar fruto abundante en la viña del Padre.
3. Unidos en la liturgia del Jueves santo a todos los pastores de la Iglesia, damos gracias por el don del sacerdocio del que participamos. Al mismo tiempo, elevamos nuestras plegarias para que los muchos llamados por la gracia de la vocación en todo el mundo respondan generosamente a este don. Y también para que no falten obreros para la mies, que es mucha (cf. Mt 9, 37).
Con estos deseos, envío a todos mi saludo afectuoso y la bendición apostólica.
Vaticano, 29 de marzo, cuarto domingo de Cuaresma del año 1992, decimocuarto de pontificado.
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