Vida Sacerdotal - Responsabilidad de la Iglesia en la vocación

Cómo los Obispos desalientan a las vocaciones (y la clave para atraerlas)

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A mediados de los años 1990, asistí a un encuentro de sacerdotes en la diócesis en la que estaba trabajando como redactor del periódico. La reunión debía hablar de ideas sobre cómo aumentar las vocaciones al sacerdocio, porque la diócesis afrontaba una crisis. De modo predecible, la discusión no iba a ninguna parte hasta que el arzobispo jubilado levantó la mano, se puso en pie y preguntó “por qué no hacemos estudios de las diócesis que atraen vocaciones, como Lincoln en Nebraska, y Arlington en Virginia, y ver lo que ellos hacen y qué podemos aprender de ello”. Sonreí en mi interior, impaciente de ver la respuesta a su sugerencia, porque yo sabía que la razón de que aquellas diócesis atraían tantas vocaciones sería completamente inaceptable a este grupo de sacerdotes. Efectivamente, los sacerdotes simplemente se miraron el uno al otro y no dijeron nada. Nadie respondió a la sugerencia del arzobispo.

La respuesta era obvia. Yo hasta podría haber tomado al arzobispo jubilado aparte y decírsela, pero sospecho que él ya la conocía. La respuesta simple era que los obispos de aquellas diócesis, Fabian Bruskewitz de Lincoln y John Keating de Arlington, estaban comprometidos explícita, vocal y públicamente con la ortodoxia católica en la enseñanza y en la práctica. Mientras tanto, los sacerdotes dominantes de esta diócesis eran conocidos por estar firmemente comprometidos con el disenso.

Dejando aparte la pregunta de si el Señor va a bendecir el disenso con vocaciones abundantes hay otra pregunta más práctica, y es si el joven, firmemente entregado y enamorado del Señor y Su Iglesia, va a buscar la ordenación a una diócesis en la que el clero tiene la reputación de que trituran y escupen a la gente ortodoxa, tanto clérigos como laicos. El martirio es a veces inevitable, pero ¿lo busca una persona sana?

No hay ninguna razón de que se espere que un joven que quiere servir al Señor haga la tontería de aguantar una gran cantidad de disenso y homosexualidad en el seminario sólo para afrontar después la constante vejación y la oposición de sus colegas sacerdotes una vez ordenado.

El joven atraído hoy por el sacerdocio no es “el joven reformista” de los años 1960 que anima a la rebelión y ve a la Iglesia como parte de las instituciones establecidas.

Ordenación de sacerdotes. Basílica de San Pedro (Vaticano)
Ordenación de sacerdotes.
Basílica de San Pedro
(Vaticano)

No, el instinto juvenil de ser contracultural hoy toma la forma de la ortodoxia, y ve la misión de la Iglesia como una batalla cuesta arriba en un mundo hostil. La juventud tiene atracción por los retos, y el catolicismo ortodoxo los ofrece. Tienen hermanos que han sido asesinados en el seno materno por la cultura de la muerte. Ellos son los supervivientes y están motivados para oponerse a lo que una vez amenazó a sus vidas en nombre de la "liberación".

Su joven rebelión está comprometida en la batalla contra el mundo, la carne y el demonio. Ellos nunca han conocido un tiempo en el que el aborto no era legal y ellos nunca han conocido a otro Papa más que a Juan Pablo II. Los medios de comunicación importantes han quedado confundidos al ver a los seminaristas del Colegio Norteamericano en Roma aclamando con entusiasmo en la elección de Benedicto XVI, que es precisamente su héroe y campeón como lo fue Juan Pablo II.

Y esto realmente no sólo se aplica a hombres. En los años 1980, conocí a una joven en el Colegio de Boston que expresó a una de las monjas feministas de la capellanía su interés de ir al convento, la cual contestó: “Conozco un gran lugar. Usted no tendrá que llevar un hábito ni nada de eso... Pero -ella se corrigió- tal vez usted quiera llevar un hábito... ” “ Sí, hermana, es lo que quiero”, replicó la joven.

Veinte años más tarde, algunas autoridades del nivel intermedio de la Iglesia quizás comienzan a darse cuenta de que los disidentes no producen ninguna progenie o seguidores -hijos espirituales-. Llamo a esto contracepción eclesiástica. ¿Cómo puede usted inspirar un compromiso por toda la vida y sacrificio hacia los demás en una Iglesia contra la que está usted constantemente en guerra?

De todos modos los disidentes menosprecian a la generación joven como “demasiado conservadora”. Lo que esta gente joven procura conservar es la vida humana, la salud pública y la civilización occidental, todo lo cual está bajo el ataque del liberalismo moderno.

Jesucristo todavía produce seguidores que merecen tomar su lugar en la Iglesia y no ser tratados como chiflados e indeseables.

Hay una solidaridad entre la juventud ortodoxa, que Juan Pablo II sabia y hábilmente ha nutrido como el futuro de la Iglesia en sus Jornadas Mundiales de la Juventud y con su amor simple y sencillo por ellos, que era directo e inmediato.

He visto este fenómeno de primera mano.

Cuando trabajé y estudié teología en el Colegio de Boston en los años 1980, había un departamento de teología ampliamente conocido, famoso por su disenso. Los profesores contaban a sus estudiantes de los cursos superiores de teología con un solo dígito. Cuando busqué el grado de doctorado en teología en la Universidad Franciscana de Steubenville, una universidad explícita en su ortodoxia, y ridiculizada por ello por escuelas más grandes, tenía una facultad de teología pequeña, pero el número más grande de estudiantes del país, en aquel momento recuerdo que 140.

En el Colegio de Boston de los jesuitas no recuerdo a muchos estudiantes que buscaran una vocación religiosa. Recuerdo a dos que recibieron la hostilidad de los jesuitas por su ortodoxia. En Steubenville había tantas vocaciones que comenzaron un programa de pre-teología y un grupo para jóvenes que consideraban el convento.

Esta comunidad mundial de jóvenes nutrida por Juan Pablo II es bien consciente de qué es lo que pasa en la Iglesia y en diócesis del mundo entero. Cuando un obispo hace una declaración fuerte en la defensa de la ortodoxia, estos jóvenes inclinados a la vocación religiosa comentan entre ellos si esa diócesis podría ser buena para pedir en ella la ordenación. Si aquel mismo obispo hace algo que se percibe que compromete a la fe, su interés se retira. Un obispo que tolera el disenso ni siquiera es considerado. Un obispo que manifiesta su voluntad de excomulgar a políticos católicos pro-aborto probablemente va a recibir mucho interés entre los jóvenes. Un obispo que dice palabrerías, no. Una diócesis que penaliza a sacerdotes buenos y ortodoxos o laicos profesionales y mima o protege a disidentes, tampoco. Una diócesis que castiga a los que destapan abusos y protege a quienes abusan y a homosexuales activos en el clero, tampoco. Una diócesis en que el obispo es ostensiblemente ortodoxo en sus palabras, pero en la que los disidentes dominan o gobiernan la cancillería, los departamentos y el clero, tampoco.

El grado de este sustrato ortodoxo de la juventud es verdaderamente mundial. Lo he encontrado en todos mis viajes en todas partes de Norteamérica y Europa. Me he topado con estudiantes que yo conocía de Steubenville en la Plaza de San Pedro y en la Catedral de San Esteban de Viena. Un tema constante de discusión entre los que están considerando la ordenación o la vida religiosa es qué diócesis y obispos son "buenos" (esto es, ortodoxos). Es también importante que el seminario en que un obispo confía esté comprometido con una formación católica sólida y esté libre de hostigamientos sexuales o religiosos, y que el obispo lo supervise estrechamente.

No hay ningún secreto para atraer vocaciones. Hay muchas por ahí. Un obispo que tolera el disenso e ignora los abusos no las atraerá. Un obispo que con audacia defiende a Cristo y Su Iglesia y las enseñanzas de Iglesia, a pesar de todos los costes y la oposición, las atraerá.

Estos jóvenes son el futuro de la Iglesia.

Fuente: Revista Inside the Vatican, agosto-septiembre de 2005

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