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San Juan Nepomuceno, mártir del secreto de confesión

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Nacido en Pomuk, Bohemia, hacia la mitad del siglo XIV, fue canónigo de Praga y confesor de la piadosa reina Juana. Después de terribles tormentos, murió ahogado en el río Moldava por orden de Wenceslao VI, en 1393. Fiesta: 16 de mayo.

Llamado durante muchos siglos «el Mártir del secreto de confesión», es considerado por su muerte Patrono del sigilo sacramental y de la fama y buen nombre, por el enlace lógico que estos dos patronazgos poseen.

Confesionario en una iglesia rural
Confesionario
en una iglesia rural

Cuando Juan Nepomuceno fue ordenado sacerdote cumplía sus treinta años; regía la extensa diócesis de Praga el célebre arzobispo Juan Jenstein, quien conocía de antaño al nuevo sacerdote por su trabajo en la Curia Arzobispal. Nombrado párroco, es ascendido en breve plazo a la dignidad de canónigo de la iglesia de San Gil, de la que sale al cabo de poco tiempo, designado Vicario General de la diócesis y canónigo honorario de la Catedral. La reina Juana de Baviera, esposa del desaprensivo Wenceslao VI, soberano del imperio alemán y de las tierras de Bohemia, tiene así ocasión de conocerlo, nombrándole poco después su confesor.

Debido a esta circunstancia, Juan Nepomuceno se ve obligado a convivir con Wenceslao VI, a sentarse a su mesa más de una vez y a agradecer la comida que le ofrece. Observa dolorido el trato cruel del rey para con sus servidores, según nos cuentan algunos de sus biógrafos.

Más de una vez ha visto cómo el soberano usa injustamente de los servicios del verdugo, quien tiene más trabajo del que la estricta equidad haría desear. Nadie, empero, se atreve a argüir nada al soberano señor; su esposa le teme, los dignatarios de la Corte le temen, su pueblo le teme. Sólo uno, Juan Nepomuceno, no le tiene miedo, y por esto advierte al rey que su actitud no se adapta a los principios de una persona que se confiesa cristiana. La valentía de Juan es admirada por todos, principalmente por aquellos que con terror esperan la reacción de Wenceslao, a quien creen capaz de lo más atroz.

Sea en esta primera repulsa, sea en otra cualquiera, la temida reacción del rey no se hace esperar. Llama al verdugo y le confía un nuevo trabajo: de momento, encarcelar a Juan Nepomuceno; después...

Al cabo de unos días, Juan es conducido de nuevo al monarca, quien, de forma insospechosa, tienta al Santo con honores y riquezas, a cambio de la revelación de algunos detalles de las confesiones de su esposa, de la que está celoso. La negativa del preso es rotunda: «La ley de Dios está por encima de la ley de los más altos reyes», contesta. Es el momento sublime en que la Gracia, que ha ido moldeando el ser de estos personajes ciertamente extraordinarios, se muestra más patente. Es el momento en que la virtud en grado heroico se muestra más claramente a los ojos imparciales de cualquier observador. Es el momento en que se acatará la muerte si es necesario, en cumplimiento de la ley de Dios. Pero la carne es flaca, aunque el espíritu esté pronto; el Santo, conociendo su debilidad, eleva su corazón al Señor para que le libre de la tentación.

Conducido después a la prisión, es torturado cruelmente a fin de hacerle cambiar de actitud, hasta que pierde el conocimiento. Pero en vano: nuevas entrevistas con el rey, nuevas proposiciones de honores a cambio del secreto de confesión, negativas y renovadas torturas, llenan los últimos días de Juan Nepomuceno.

En una postrera visita se le concede la última oportunidad o la vida, con honores, y dignidades y riquezas, o la muerte. Y el santo sacerdote no duda: la muerte.

Es en el año 1393 cuando las aguas del río Moldava, bajo el puente que une las dos partes de la ciudad, se abren para dar sepultura al sacerdote, al santo canónigo que ha muerto mártir del silencio sacramental.

Fuente: Multimedios.org

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