Vida Sacerdotal - Homilías y discursos a sacerdotes y seminaristas

Homilía en la misa de ordenación sacerdotal de diecinueve diáconos en 2015

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Homilía del Papa Francisco en la ordenación de sacerdotes en la Basílica de San Pedro en el Vaticano el 4º domingo de Pascual, 26 de abril de 2015.

Queridos hermanos,

Estos nuestros hijos han sido llamados al orden presbiteral. Nos hará bien reflexionar un poco en el ministerio al que serán elevados en la Iglesia. Como sabéis bien, el Señor Jesús es el único Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento. Pero es Él, y también todo el pueblo santo de Dios, ha sido constituido pueblo sacerdotal, todos nosotros.

Sin embargo, entre todos sus discípulos, el Señor Jesús quiso elegir algunos en particular, para que ejercitando públicamente en la Iglesia en su nombre el oficio sacerdotal a favor de todos los hombres, continuaran su misión personal de maestro, sacerdote y pastor. Como Él había sido enviado por el Padre, Él envió a su vez en el mundo primero a los apóstoles, luego a los obispos sus sucesores, a los cuales finalmente se les dio como colaboradores los presbíteros, que unidos al ministerio sacerdotal son llamados al servicio del pueblo de Dios.

El Papa Francisco
El Papa Francisco

Ellos han reflexionado sobre esta vocación ya, y ahora vienen para recibir el orden de los presbíteros. El obispo corre el riesgo de elegirles, como el Padre ha corrido el riesgo por cada uno de nosotros.

Serán configurados en Cristo sumo y eterno sacerdote, o sea serán consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, y con este título, que les une en el sacerdocio al Obispo, serán predicadores del Evangelio, pastores del pueblo de Dios, y presidirán las acciones de culto, especialmente en las celebraciones del Sacrificio del Señor.

A vosotros, que vais a ser promovidos al orden del presbiterado, considerad que ejercitando el ministerio de la sagrada doctrina seréis partícipes de la misión de Cristo, único maestro. Dad a todos esa Palabra de Dios, que vosotros mismos habéis recibido con alegría. Leed y meditad asiduamente la palabra del Señor para creer lo que habéis leído, enseñad lo que habéis aprendido de la fe, vivir lo que habéis enseñado.

Esto sea el alimento para el pueblo de Dios. Que vuestras homilías no sean aburridas, que vuestras homilías lleguen al corazón de la gente porque salen de vuestro corazón. Porque lo que vosotros decís a ellos es lo que tenéis en el corazón. Así se da la Palabra de Dios. Y así vuestra doctrina será alegría y apoyo a los fieles de Cristo. El perfume de vuestra vida será el testimonio porque el ejemplo edifica, pero las palabras sin ejemplo son palabras vacías, son ideas, no llegan nunca al corazón. Incluso hacen mal, no hacen bien.  

Vosotros continuaréis la obra santificadora de Cristo. Mediante vuestro ministerio el sacrificio espiritual de los fieles se hace perfecto, porque junto al Sacrificio de Cristo, que por vuestras manos en nombre de toda la Iglesia viene ofrecido de forma incruenta en el altar en la celebración de los santos misterios. Cuando vosotros celebréis la misa, reconoced por tanto lo que hacéis. No hacerlo deprisa. Imitad lo que celebráis, no es un rito artificial, un ritual artificial. Porque así, participando en el misterio de la muerte y resurrección del Señor, lleváis la muerte de Cristo en vuestros miembros y caminad con Él en novedad de vida.

Con el bautismo agregaréis nuevos fieles al pueblo de Dios. No rechacéis nunca el bautismo a quien lo pide. Con el sacramento de la penitencia perdonáis los pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia. Y yo, en nombre de Jesucristo el Señor y de su esposa la Santa Iglesia, os pido que no os canséis de ser misericordiosos. En el confesionario, vosotros estaréis para perdonar, no para condenar. Imitad al Padre. Nunca se cansa de perdonar.

Con el óleo santo daréis alivio a los enfermos. Celebrando los sagrados ritos, elevando a las distintas horas del día la oración de alabanza y súplica, os haréis voz del pueblo de Dios y de la humanidad entera.

Conscientes de haber sido elegidos entre los hombres y constituidos a su favor para atender las cosas de Dios, ejercitad con alegría y en sincera caridad la obra sacerdotal de Cristo, únicamente con la intención de agradar a Dios, no a vosotros mismos. Es feo un sacerdote que vive para gustarse a sí mismo, parece un pavo real.  

Finalmente, participando en la misión de Cristo, cabeza y pastor, en comunión filial con vuestro obispo, comprometeos a unir a los fieles en una única familia, sed ministros de la unidad en la Iglesia, la familia, para conducirlos a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu Santo. Tened siempre delante de los ojos el ejemplo del Buen Pastor, que no ha venido para ser servido, sino para servir, no para quedarse en sus comodidades sino para salir y buscar y salvar lo que estaba perdido.